Fragmento de mi libro “Noviembre, entre héroes imaginarios”:
El sábado 11 por la
noche el enemigo expresó su confusión frente a una realidad militar que
superaba no solo su capacidad de defensa sino su versión de la guerra hasta esa
noche conocida: que la guerrilla pertenecía a los frentes de guerra, y que la
ciudad era suya. Falso. Sus hombres y armamento estaban preparados, bien o mal,
para pelear contra comandos urbanos, unidades pequeñas cuyos ataques se caracterizaban
por ser fulminantes, de pocas bajas y
daños, de pronta retirada. Lo que ahora veían no se parecía en nada a lo que
día con día dibujaron en sus planes de defensa. Esto no lo habían visto nunca
en la guerra. El primer golpe de las primeras horas que le infringimos al
enemigo fue nuestra presencia guerrillera sobre la ciudad, la cantidad de
nuestra tropa y la calidad de nuestro armamento.
Los aviones artillados
AC-47 sostuvieron ataques de respuesta con sus ametralladoras M2, conocida como
.50 de calibre 12,7 mm de un alcance de 1,800 metros ―estos equipos eran utilizados para ataques
nocturnos con más frecuencia que el resto de aparatos aéreos, al volar a gran
altura se valían de luces de bengala para dirigir el fuego de las ametralladoras―.
La respuesta con helicópteros artillados se había producido a eso de las 1900
horas, cuando las unidades de las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional
alcanzaron las cercanías de la base de la Fuerza Aérea e intentaron penetrar
por la pista. La fuerza armada estaba desconcertada, la magnitud de la incursión
en la franja norte del “Gran San Salvador” y algunos lugares del sur fue
disuasiva.
Unidades de la Policía
Nacional y de la Primera Brigada de Infantería habían sido golpeadas por
unidades de las Fuerzas Populares de Liberación en la ciudad de Mejicanos; en
las primeras horas de combate, habían causado destrucción en sus bases, bajas
de considerable cuantía, recuperaron pertrechos. La Policía Nacional combatía
en la colonia Zacamil contra las unidades del Ejército Revolucionario del
Pueblo, que era comandado por Chico Armijo, con él combatían legendarios jefes
como el Coño y el Gallo. En Ayutuxtepeque combatían unidades de la Primera
Brigada de Infantería, cuerpos de blindados de la Brigada de Caballería, tropas
del Destacamento Militar número 2 y otras unidades de infantería que el mando
militar enemigo había desplazado a la zona para enfrentar el ataque de la
guerrilla. Las unidades de las FPL eran dirigidas por los comandantes Dimas
Rodríguez, “Choco” German, Facundo Guardado, Douglas Santamaría, Milton Méndez.
En el área de Ciudad
Delgado, las unidades del Partido Comunista combatían contra el batallón 15 de Septiembre
de la Guardia Nacional, Batallón Libertadores, Comando Especial Antiterrorista (CEAT)
de la Policía de Hacienda y tropas del Destacamento Militar número 6. Los
refuerzos de unidades de élite aún no llegaban a la zona de combates. Sobre la
carretera Troncal del Norte, en el municipio de Apopa se había desplegado otra
fuerza del PC, al mando del comandante René Armando que ejercía presión sobre
la carretera con el objetivo de montar emboscadas para impedir el avance de
posibles refuerzos enemigos. En el área de Ciudad Merliot, en Santa Tecla, otras
unidades de las FPL combatían contra la Policía Nacional.
En Soyapango la
guerrilla tuvo dos direcciones principales de incursión. Hacia el este del
centro comercial Unicentro combatían unidades de las Fuerzas Armadas de la
Resistencia Nacional, que eran dirigidos por los comandantes Walter Funes,
Dimas Rojas, Chano Guevara y Raúl Hércules. Los combates eran sostenidos contra
unidades de élite del Batallón de Paracaidistas acantonadas en el municipio de
Ilopango. Al sur de dicho centro comercial, muy cerca del Bulevar del Ejército,
en la colonia Guadalupe, unidades del PRTC, que eran comandadas por Plutarco,
combatían contra unidades de paracaidistas. Hacia el oeste de Unicentro se
articuló la defensa con unidades del Batallón de Paracaidistas, Policía de
Hacienda, que combatían contra unidades del PRTC y unidades del Partido
Comunista, comandados por Lucio, Arnulfo, Oscar y Gabino. Nuestro
desplazamiento había formado un anillo de control sobre las residencias más
cercanas, a la vez varias patrullas de avanzada estaban a pocos metros de la
Alcaldía de Soyapango.
En las colonias Ciudad
Credissa, Amatepec y Santa Marta, en las estribaciones del Cerro San Jacinto,
la defensa enemiga era ejercida por unidades de la Fuerza Aérea y personal del
Centro de Transmisiones de la
Fuerza Armada y Guardia Nacional. Los combates en estos
lugares eran contra tropas de las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional, que
eran dirigidas por el comandante Misael Gallardo.
El Partido Comunista
orientó otra línea de ataque e infiltración al sur, sobre la ciudad de San
Marcos, bajo el mando de Ramón Suárez, alias “Barbaroja”, los capitanes Damián
Alegría y Ángel “Mafalda” eran parte de su mando militar. Además iban con ellos
una unidad de Comandos Urbanos dentro de los que se encontraba el veterano
guerrillero Uziel Peña.
La noche del sábado 11
de noviembre, los batallones élites de infantería de reacción inmediata no
entraron en acción para repeler el ataque de la guerrilla, el acomodo de sus
unidades aún esperaba la orden de un Estado Mayor aturdido por los eventos que
rodeaban la periferia inmediata de su retaguardia estratégica. Algunas
unidades, como el Batallón de Infantería de Reacción Inmediata Atlacatl y
varias unidades de la Fuerza Aérea habían quedado fuera de la ciudad cuando
intentaban entrar en contacto con las fuerzas guerrilleras. La posibilidad de
un inminente ataque rebelde sobre el centro neurálgico de la Fuerza Armada
tenía una fuerte sospecha en un despliegue guerrillero cuyo rastro era
evidente, el coronel René Emilio Ponce, jefe del Estado Mayor y algunos de los
coroneles de su entorno no salían del asombro, de ahí que su actitud como
máximo comando no estuvo a la altura de las circunstancias en esas primeras
horas.
Así se veía el panorama
militar la noche del sábado 11 de noviembre de 1989. Llegamos hasta donde nos
habíamos propuesto antes de la media noche. Algunas unidades guerrilleras
habían tenido retrasos pero no para provocar un cambio radical en los primeros
momentos de la batalla. Ese fue el mayor logro de aquel momento: haber
incursionado a la capital sin encontrar resistencia de relevancia. El resto era
esperar, analizar las respuestas enemigas, definir nuestros siguientes
movimientos, los que, como lo supimos unas horas después, serían los más difíciles
de la batalla. Unos cuantos aviones sobrevolando sobre nosotros, las balas
trazadoras prendidas sobre las faldas del volcán de San Salvador, los tiros
huecos y esporádicos y el rumor del viento era lo que nos acompañaba, además,
la cantidad de mensajes y de órdenes llegadas desde Nicaragua, donde estaba la
Comandancia General de la guerrilla.
El fantasma que recorría el mundo
había encontrado un lugar para desatarse, casi dos siglos después de aquel
noviembre de 1811; ahora, ante la falta de reyes y carabelas para cruzar el
mar, guerrilleros y soldados, hicimos la guerra contra nosotros mismos en una
ciudad apocalíptica que fue construida entre volcanes, llamada San Salvador,
gracias a las ocurrencias del papa Calixto III, amante del 6 de agosto y de las
guerras, y a su fiel seguidor, Pedro de Alvarado.
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