El rumor de la guerra (fragmento del libro “Noviembre —entre héroes imaginarios”)


 
En los primeros días de noviembre de 1989 comenzamos a ver pasar por nuestros campamentos columnas enormes de combatientes de las FPL que llegaban desde Chalatenango, retaguardia guerrillera del norte del país. Las unidades cruzaban por el territorio de Guazapa con un despliegue impresionante de armamento, descansaban apenas unas horas o una noche y continuaban la marcha. Cordones enormes de tropa se adentraban en las periferias de la capital. No se había visto un movimiento de tropa guerrillera  como aquel desde hacía años y menos de las cinco organizaciones guerrilleras juntas. Otras unidades de las FPL avanzaron por la zona del cerro Chino, en el cantón El Jicarón de El Paisnal, territorio guerrillero conocido como "Zona de Piedra". Un lugar difícil, del cual se difundía la leyenda que a muchos de los combatientes de las FPL los enviaban ahí “como castigo”, es lo que muchos de ellos decían con ironía. Al parecer lo difícil del territorio y su ubicación lo volvieron un lugar donde la guerra era muy dura, además representaba un símbolo en la lucha de revolucionaria, ahí habían nacido jefes y combatientes de las FPL de altas credenciales y la derecha había asesinado en marzo de 1977 al sacerdote jesuita Rutilio Grande.

Esas tropas se dirigían al volcán de San Salvador, donde estaba uno de los puntos de acercamiento estratégico de nuestro ataque guerrillero. Ver el desplazamiento de aquella masa de guerreros con armamento moderno provocaba cierta obnubilación. Bastaba ver aquel enjambre de movimientos para comprender que pronto íbamos a ser los protagonistas de la ofensiva más impresionante de la guerra civil, y muy probablemente la batalla más descarnada en la historia de los movimientos de liberación nacional de América Latina.

Nuestros campamentos en la zona sur de Guazapa nos brindaban control visual sobre el resto de nuestro territorio. Nos permitía el dominio sobre las rutas por las que el enemigo solía incursionar en sus operativos o relevos de posiciones. Al Oeste, a unos 80 metros, estaba la posta El Mirador, desde donde se veían los edificios de San Salvador, donde yo estaba con mi tazón de café y los recuerdos de mi retorno desde La Habana. Estar en un campamento guerrillero, viendo los edificios de la ciudad capital sin utilizar lentes de larga vista, bajo cuyos techos está la cabeza del gobierno y el mando militar enemigos, es un detalle que solo con el paso del tiempo llegas a comprender: tu fijación en la derrota enemiga y la ambición de tomar su casa por asalto. Los campamentos estaban plantados de árboles de mango, una pequeña zona boscosa al oeste y nudos de charrales y bejucos torcidos, dado que Guazapa fue la zona guerrillera en la que más bombardeos ejecutaba el enemigo, nuestra defensa antiaérea conformada por húmedos tatúes era inexcusable, donde además de nosotros se refugiaban zancudos, grillos y murciélagos.

En los días que estuvo reunido el mando conjunto de la guerrilla  realizando los preparativos de nuestra ofensiva los operativos enemigos se habían disminuido. El batallón élite Eusebio Bracamonte había salido de nuestra zona de control hacía un mes. Las operaciones enemigas se habían mantenido de forma ininterrumpida por casi dos años en los alrededores de nuestros campamentos. Las tres unidades enemigas que operaban en nuestra zona eran los Batallones de Infantería de Reacción Inmediata: BIRI Atlacatl, BIRI Ramón Belloso, BIRI Eusebio Bracamonte, y unidades especiales de la Fuerza Aérea. En muy pocas ocasiones intervenían fuerzas combinadas de la Primera Brigada de Infantería y el Destacamento Militar Número 2, al que estaban asignados los batallones Trueno y Relámpago.

La retirada del BIRI Eusebio Bracamonte de Guazapa Sur estaba relacionada con el período de alerta especial que el ejército llevó a cabo para defenderse de un posible ataque guerrillero. Como en un hecho inesperado ninguna otra fuerza se presentó después a Guazapa. Nuestros análisis de inteligencia militar nos llevaron a concluir que los batallones de élite estaban ocupados en otras zonas del país, intentando detectar concentraciones de tropa guerrillera para dar un golpe o aclarar las sospechas que se tenían acerca de una “posible gran maniobra militar” sobre la capital. La Fuerza Armada llegó a tener información relacionada con nuestra ofensiva en detalles impensables aunque todavía confusos. En niveles de su mando supremo se conoció que estábamos preparando una incursión a gran escala sobre San Salvador.

El altísimo número de radios “Yaesu” con los que se comunicaban las unidades guerrilleras entre sí y con sus puestos de mando, configuraba la estela del espacio en el que se conectaban las ondas captadas por los equipos de intercepción del enemigo, la goniometría implementada por el ejército identificaba nuestras señales de radio y medía las zonas de emisión aproximadas a partir la construcción de ángulos, este proceso ya se había utilizado durante la segunda guerra mundial, especialmente en la Batalla del Atlántico de Estados Unidos contra los submarinos alemanes. Para 1989 estos aparatos se habían desarrollado. A pesar de la poca educación de las tropas del ejército para poder manejar y entender los mecanismos de un instrumento de medición como el radiogoniómetro, dado lo pequeño de nuestro país, no les fue difícil determinar que en los alrededores de la capital la densidad de señales de radio y la cantidad de mensajes emitidos por focos de mando guerrillero era alarmante.  

El aumento del tráfico de ondas radiales permitió a la inteligencia enemiga advertir que había presencia masiva de tropas guerrilleras avanzado sobre la capital (los equipos de monitoreo de las unidades de la CIA en nuestro país lo sabían mejor, pero la guerra a esas alturas era la última prueba para que Estados Unidos sustentara una modificación estratégica en su política para El Salvador). El dispositivo de defensa de San Salvador fue readecuado y reforzado con tropa de otros lugares del país, con batallones de infantería de cazadores, que eran las unidades con menor capacidad táctica que las fuerzas de élite, y que por tanto eran superadas en el combate con bastante comodidad por la guerrilla. En esos momentos era lo único con lo que contaba la Fuerza Armada para reforzar su defensa. Los batallones de élite cuyas compañías en nómina indicaban un número de 120 hombres aproximadamente, estaban muy por debajo de esos números, debido al desgaste sufrido en el combate y a los cambios por traslados. El mando de la Fuerza Armada no tuvo más opción que realizar esos movimientos con tropas menos calificadas para cubrir el terreno de combate.

Este esquema se fue configurando para nosotros en la media que el batallón élite Eusebio Bracamontes fue abandonando la presión sobre nuestras posiciones y se fue desplazando hacia el sur, en dirección de la periferia norte de la capital, en las cercanías de San José Laureano, El Limón, San José Cortez y el Plan del Pino, cantones y caseríos que para la época lindaban con las edificaciones de la ciudad. Ese batallón enemigo se estacionó varios días cerca de los municipios de Soyapango y Ciudad Delgado. Realizaron patrullajes con el objetivo de buscar tropa guerrillera para trabar combate. Este esquema nos llevó a suponer que al menos una parte de las jefaturas militares enemigas estaban considerando mantener una defensa sobre la capital que les permitiera rastrear de manera persistente: la idea era chocar con nuestra fuerza y romper la ventaja que nos daría el secreto y por consiguiente anticipar la batalla evitando que se produjera dentro de la ciudad.

Si la batalla se llevaba a cabo fuera de la ciudad se resolvían dos problemas estratégicos: anular el impacto político de la presencia guerrilla dentro de la ciudad y evitar el combate urbano de posiciones. La batalla a campo abierto les brindaba total ventaja puesto que podían utilizar sus medios aéreos y artillería con más soltura, además, sus tropas estaban entrenadas y experimentadas en el combate rural bajo la dinámica de la maniobra de infantería ligera.

El mando único en las filas enemigas fue también un mito, los jefes de guarniciones militares, de batallones de élite, los generales y coroneles que se disputaban en esos momentos el mando dentro de la Fuerza Armada, no pensaban de la misma manera y no tenían la misma capacidad para conducir la guerra ni mucho menos los mismos deseos de pelearla en las afueras de sus casas. La guerra era un negocio en la medida que estaba en las zonas rurales, esos generales y coroneles eran empresarios de la guerra y sabían que no podían seguirlo siendo si tenían que pelear bajo un esquema defensivo a nivel estratégico. De lograr su objetivo, es decir, provocar el combate antes del tiempo estimado por nosotros no sólo nos estarían cortando la iniciativa sino que podían llevarnos a desarrollar un combate defensivo que además de impedirnos entrar en la ciudad nos podía obligar a retirarnos y a desencadenar una crisis interna dentro de la guerrilla.

Otras evidencias que nos permitían estudiar el mismo terreno operativo nos llevaron a suponer que no todos los mandos enemigos estaban considerando con seriedad las posibilidad de un ataque invasivo de la guerrilla a la ciudad capital, había descuidos y relajamientos, algunos oficiales de alto rango, como el mismo Subjefe del Estado Mayor, estaba de descanso con su familia y el general Juan Rafael Bustillo estaba en Estados Unidos en los momentos en que comenzó nuestro ataque. El batallón Bracamonte recibió la orden de moverse con todas sus unidades a su base, en las proximidades del aeropuerto internacional de Comalapa, al sur de la capital, cerca de la costa con el mar Pacífico. Es muy probable que, desde el esquema defensivo enemigo, se buscara proteger el aeropuerto más importante del país ante un inminente ataque de destrucción o de control enemigo. Dos frentes guerrilleros estaban en línea con dicho objetico: el sur oriental Francisco Sánchez y el frente paracentral Anastasio Aquino, con varios cientos de tropas guerrilleras de las FPL y el ERP.

La conducta enemiga mostraba cierto nivel de confusión en algunas jefaturas, que confirmó un hecho: la Fuerza Armada había ingresado a una fase de accionar defensivo, aunque no todos sus jefes de más alto nivel lo comprendieran y mucho menos sus tropas mejor preparadas para el combate lo supieran o psicológicamente lo percibieran, porque no se trataba de un planteamiento defensivo en el nivel táctico. Lo que se estaba desarrollado en la cabeza del mando militar afectaba el mapa de operaciones militares a nivel nacional y ello connotaba un carácter defensivo en el orden estratégico. El giro operativo configuraba una reagrupación de tropas de infantería en función de la defensa de la capital y no como había sido antes, que a pesar de defender su retaguardia, la Fuerza Armada desplazaba sus contingentes de tropa para atacar a la guerrilla en sus asentamientos rurales. En esos momentos la Fuerza Armada no estaba pensando en atacar los frentes de guerra y ello propicio que el desplazamiento de las concentraciones de tropa guerrillera desde distintos puntos del país se diera con relativa tranquilidad en los días previos al inicio del ataque. Esa fue una de las pistas más extrañas de los días previos a la ofensiva, la disminución de las acciones ofensivas contra campamentos guerrilleros y la disminución de ataques aéreos.

La crisis política en el gobierno de Alfredo Cristiani y las marcadas diferencias con Roberto d´Aubuisson habían minado la posibilidad de cohesión entre la derecha civil y militar, antes de la batalla, los grupos ya estaban divididos y dispuestos a librar incluso una guerra contra ellos mismos. Las diferencias eran importantes, sobre todo con relación al momento de nombrar la jefatura del Ministerio de la Defensa, que quedó a cargo del general Héctor Huberto Larios en franca disputa con el general Juan Rafael Bustillo, jefe de la Fuerza Aérea, quien estaba enemistado con los integrantes de la Tandona René Emilio Ponce (Jefe del Estado Mayor) y Juan Orlando Zepeda (Viceministro de la Defensa). Esta tensión en el interior de los grupos de poder de la Fuerza Armada y la derecha partidaria y empresarial no fueron estudiados a profundidad por nosotros y por ello mismo no los explotamos porque nuestra estrategia estaba centrada en la “insurrección popular” no en la división del enemigo.

El Estado Mayor de la Fuerza Armada intentaba descifrar la información que tenía sobre las maniobras que se suponía realizaría la guerrilla a nivel nacional, mientras tanto, en Guazapa, las cosas caminaban a toda prisa. Un movimiento impresionante de armas, alimentación, organización de unidades. Nuestro equipo de análisis de inteligencia militar comenzó a descifrar el mapa de defensa de la capital, el número de batallones y compañías foráneas, las probabilidades de articulación de los batallones élites, las posibilidades del uso de la Fuerza Aérea. Es probable que en esos días previos a nuestra invasión a la capital nosotros conociéramos mejor los detalles de la defensa enemiga que ellos la de nuestro ataque.


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