Conversación en la jungla de los dementes



(Entrevista concedida por Berne Ayalá a Tony Peña)



Berne Ayalá es uno de los narradores más prolíficos de la primera década del siglo XXI, en nuestro país. Su producción literaria pasa por la autoría de testimonios de guerra, cuentos, novelas, crónicas, artículos periodísticos y de cuando en vez, poesía.

Estamos en la cota más alta de uno de los lugares más acogedores de la zona occidental, frente al Cerro El Águila, en Los Naranjos, Sonsonate para ser más exactos. La vegetación exuberante invita a la reflexión incesante y el vaho neblinoso crea un rocío que se convierte en lluvia. La leve brisa trae consigo un aroma inconfundible...Un humeante café está servido. Me dispongo con mis implementos de aprendiz de periodista a entrevistar a ese hombre con facha de muchacho setentero y aparente degustador del regué y admirador del corrido mexicano. En realidad, no encuentro la fórmula adecuada para describir de manera contundente esa personalidad sencilla de ese hombre que ha bregado por la vida como cualquier muchacho de aquella época en que se escuchaba a Santana o Las Águilas con deleite desenfrenado después de los bailes del pueblo.
La personalidad es una cosa y el oficio es otra. El oficio de Berne se ha esculpido a puro golpe y lo digo literalmente, a golpe y a pulso, diría convencido; porque he leído sus libros y sus relatos e historias contadas en ellos, tienen mucho de ficcionalidad y realidad como toda buena literatura; y generalmente, dichas historias, se decantan por la acuciosidad y diligencia del investigador furtivo. Escritor e investigador es una dicotomía sin presencia en estos lares, y para variar, Berne es abogado; bien sabe él del tenor literal de la ley y las implicaciones de la difamación; lo cual me convence meridianamente, que como abogado, jamás galoparía como caballo desbocado por caminos, vaguadas y senderos en donde la mentira acecha y reclama su espacio.




TP- Berne, he escuchado que escribís para la vida y por la vida, qué significado tiene para vos eso de la literatura como vida.




BA- El artista no puede escapar de la creación como nadie de la muerte. Supongo que no es nada fácil definir ni lo uno ni lo otro, es decir, ni la creación ni la vida, que es inevitablemente muerte. Hacemos estas o aquellas cosas porque quizá “tenemos un motor en el culo”, como los pajaritos para volar; es una versión fantástica que se le debió ocurrir a un niño y que por supuesto en nuestra cultura de jueces gregorianos se la adjudicamos a la ingenuidad. Yo prefiero creer que los pájaros tiene un motor en el culito a sembrar mis esperanzas en las actuaciones “republicanas” de los gobiernos que llegaron y que vendrán porque la vida, esa amalgama de confusiones mentales y diatribas, suelen mezclarse con la lluvia, las épocas de sequía, días soleados, noches estrelladas y tormentas tóxicas, y no sé cuántos millones de cosas más, y de eso por supuesto, estoy seguro, no pueden entender los que pretenden gobernar nuestras vidas. La literatura es el lugar donde habita la posibilidad de ser libres, en ese rincón que supone estar entre “el espanto y la ternura”, y ahí no puede haber gobiernos, más que los que se te antojen en el momento de vivir, y vivir siempre es un riesgo porque lo más complicado para cualquier escritor es encontrar las preguntas que logren simplificar. El error, supongo, estriba en escribir para anticipar con quién quedarás bien y con quién no. Pero esa es harina de otro costal. Amar la literatura es un asunto extraordinario que no se puede explicar.



TP- Siempre he creído que algunos espacios de libertad que le van quedando a la humanidad son el acto de hacer el amor, la imaginación y la palabra; yo escribí algo que hablaba acerca del guerrero de la pluma refiriéndome a vos; qué podrías decirme sobre la libertad de la palabra.


BA- La libertad siempre será una trampa porque cuando hablamos de libertad la asociamos a la libertad política e ideológica y, si bien es cierto, la libertad que erigió la cultura de la humanidad está basada en ello, al momento de crear, de transferir las emociones a la escritura, esa libertad tiene otro sentido, es una pertenencia de la poesía, de lo que punza dentro de cada quien, en la intimidad de nuestro confuso mundo, por ello el ataque puede venir de cualquier lado. El debate sobre la otra libertad, la que rigen los convencionalismos sociales y la ideología política, viene después. Y en los espacios de libertad, como el de ir a cagar, es un eslabón libertario basado en la afectación endemoniada de los olores. Por eso es que creo que la libertad que define a la cultura salvadoreña es la que yo llamo “Libertad de Cagar”, pero no la libertad de los seres comunes y corrientes, como vos y yo, a ingresar en un cuartito donde nos espera una generosa taza de escusado, no, hablo de la libertad de cuanta bestia conspira para cagarse en nuestra vida desde el poder de las instituciones y el gobierno, no importa quién sea el que está de turno. Entonces, escribir lo que sientes, lo que amas y lo que no amas, está por encima incluso de tu propia vida, por encima de las amenazas, encubiertas o abiertas, es un asunto de vida o muerte. Al menos en esta tierra maldita.



TP- El leit-motiv de tu obra tiene que ver con la omnipresencia del poder, pero además, hay un tópico recurrente que llama la atención: La guerra. Este hecho, por supuesto, es histórico. De esto se desprende la vinculación entre historicidad y literatura. Cuál es tu percepción entorno a este binomio: historicidad y literatura.


BA- Prefiero pensar en la guerra como una tormenta de emociones, es al menos lo que busco. Lo que escribo no necesariamente tiene que ver con la historia. Detesto la historia porque la historia es otra forma de la ficción que las élites han venido repitiendo a lo largo de los años, para inyectarnos un gen que explique de forma estúpida e hipócrita lo que hemos vivido, por ejemplo: La nariz larga de Matías Delgado y su discurso de independencia que jamás dio en ninguna plaza. La historicidad que encuentras en mi obra tiene el propósito de ser destruida, para eso es que está ahí, aunque algunas veces el tono y el hilo que cose la piel del becerro que ha de ser la novela final, sea en apariencia, lineal con la historia oficial. Me sirvo de ese hilo para armar mi propio abrigo, luego lo tiro a la basura, no el abrigo, la historia oficial. El pasado me importa por los mismos motivos que nos importan a todos los seres humanos, no hay otra forma de recrear el universo literario, que con el rastro que nos dejó ese pasado, no importa que tan abstracto sea lo que escribimos o que tan cotidiano, el tiempo es inevitable en la novela, es su alma trotando. Ahora bien, mi pasado es el de la guerra, de ahí que ese sea un factor antes que histórico, moral, psicológico. La guerra es una bala que llevo dentro, en tantos pedacitos, como cosas pude ver, como risas y encantos, la guerra es una criatura que, si las has vivido, se queda contigo para siempre, como debe suceder con muchísimas personas que la vivieron. Por ello no es casual que a los ingenuos se les ocurra decir cosas como estas: “Lo que se dice ahí no fue de esa manera, fue de esta”, “No fue esa fecha, fue esta” “Esa es una mentira, los hechos no sucedieron así”. La literatura es un tremendo complot contra la memoria y los partidos políticos. Los recuerdos, si es que escribes sobre ellos, no tienen porqué ser idénticos a los de nadie, la versión, pero sobre todo las emociones, que subyacen en lo que escribes pertenecen a tus demonios, ellos, más que uno mismo, son los responsables de generar esas historias y por supuesto, la literatura es especialista en escribir mentiras, es la única forma de encontrar la verdad. Para comprender eso es inevitable comprender la naturaleza de la literatura y la de esas dos criaturas, verdad y mentira, que para mí no son antípodas sino más bien rostros de un mismo monstruo. Pienso que en esa agotadora y repetitiva expresión del salvadoreño, en querer definir cuál de ellas es la que pesa más, en todo caso, cuál es “la verdad”, estriba nuestra carencia, que dejamos de imaginar y, en todo caso la imaginación se reduce al “chisme”, una categoría que sería muy interesante si lográramos llevarla al plano literario. Por ello es que este país se autodestruye tan demencialmente, porque no comprendemos que la literatura es una forma de vivir y de ver el orden diverso del universo. Lo único que conocemos muy bien, y que somos hasta cierto punto expertos, es la autodestrucción. Somos unos malos sociólogos, y todo, a nuestro juicio merece una “respuesta verdadera” y eso no existe en la literatura, esta hermosa damisela nos entrega preguntas y más preguntas porque no es, ni debe ser, ningún juez de pacotilla. No me interesa la guerra como justificación ideológica ni como forma de concebir un bando, me interesa como mar propicio de la condición humana.



TP- Berne, en estos tiempos de postmodernidad, en la era de la informática y de las tecnologías de la información y comunicación, qué opinión te merece el beneficio para la humanidad en general y para la juventud en particular, el texto impreso en el siglo XXI y la biblioteca virtual.



BA- No sé si sea apropiado hablar de beneficio, creo que los formatos en los que se deja la huella de lo que hacen los artistas importa menos que lo que se hace. Cuero, papel, seda, paredes, libros, blogs, camisas. Estamos ante el plano donde se deja constancia de la idea, eso debe ser nuestro debate. El tema del formato es más bien un tema de los mercados, las editoriales no quieren dejar ningún espacio donde vender, por eso es que ahora apuran sus pasos para atrapar el lector joven del siglo XXI que creció con la fibra óptica puesta en casa, con la biblioteca virtual. Mi tiempo es el del libro de papel, a ese trozo de materia pertenezco, no obstante, no puedo negar que las formas de plasmar las ideas literarias han llenado otros espacios, bien o mal, no lo podemos negar, menos evitar. Creo que la humanidad no cambia por la masividad de la tecnología, lo que puedes lograr no es necesariamente el retorno del humanismo, puedes acelerar la estupidez, porque el mundo virtual es el reflejo del mundo real en el charco de la calle, y lo paradójico es que el mundo virtual es también mundo real, dado que lo real no es solo lo material como algunas veces pensamos. Las posibilidades que tenemos hoy de comunicarnos a nivel planetario, y de dejar constancia de lo que escribimos, es, sin duda, la mayor revolución acaecida en la historia de la humanidad, y esa revolución no la hizo ninguna doctrina política o económica, se realizó a partir de la aplicación apasionada de las ciencias básicas. Creo que el logro mayor de este proceso es la enorme posibilidad de acercarnos a la diversidad del mundo que nos rodea, no solo el literario, sino la totalidad de las formas de pensamiento y de expresión, es nuestra opción si decidimos vivir anclados en un pasado de destrucción que no nos ha llevado a nada. El resto será siempre el conflicto del hombre frente a lo que puede tocar y a lo que puede ver pero no tocar, es la magia del universo virtual y su gemelo, ambos están condenados a convivir con nosotros. Y esa condena nos abarca a los que escribimos, a los que pintan, porque siempre hay mundo para recrear.



TP- Bueno, desde la perspectiva de tu interioridad como humano y escritor, sabés de la presencia de muchos tópicos abordados en la literatura como universales, entre ellos la antonimia Amor-Odio. Cómo es posible la presencia o no presencia  del amor y el odio en la literatura.

           

BA- Los grandes temas de la literatura siempre han sido el amor, el odio, la muerte y la locura, esas variables no son más que evidencia de la complejidad humana, de la impureza humana, que no puede crear nada puro, aun cuando se lo proponga, simplemente porque no hay nada en el mundo físico que lo sea y menos lo puede ser a nivel ideológico. El amor está acompañado del odio, inevitablemente, y los dioses van a la guerra, toman partido, el partido que le asignan los hombres por supuesto en su delirio. Recorrer esos caminos es necesario. El gran amor de Romeo y Julieta no es más que el gran odio de los Capuleto y los Montesco. Pero hay otros amores y otros odios, el de la patria y la revolución, la vida, la naturaleza, las tortugas, la literatura misma. Cada quien las vive a su modo, es lo que le da fuerza, cuando ese amor no se disfraza de doctrina, porque la doctrina no es amor ni necesariamente odio, es una forma de interpretar, si la sigues puedes asumir uno u otro ideal, no necesariamente amar. Dado lo que hemos vivido en este país, es muy difícil escribir sin aludir a esas fieras, el amor, odio, muerte, locura, no solo porque son universales, sino porque las hemos vivido sin tregua. La dureza de las palabras no significan ausencia de amor, eso puede pensar una mente patética, que le gusta que le acaricien la espalda y que le den una puñalada sin avisar; las palabras deben ser crudas, porque el amor es crudo, es un cabrón que pisa fuerte. Ese es otro rasgo de los salvadoreños, damos los buenos días sin falta, segundos antes de matar a alguien, damos las gracias con una sonrisa, segundos antes de apretar el gatillo. Mírame bien, aunque me mates, y no me mires mal aunque me ames. No sé por qué somos así, ni me importa saberlo, sé que somos así, averiguar el por qué es trabajo de los dementes sociólogos que suben a los autobuses a vender almanaques mundiales.



TP- Hermano, entiendo que el término militancia está sujeto a la participación o a la acción sostenida con intención de efectuar un cambio de índole social o político, vos participaste en el conflicto armado salvadoreño, y por supuesto, te dedicás a escribir. Qué pensás del factor militancia y los monstruos habitantes del oficio o el arte de escribir.



BA- Militancia no debería confundirse con escribir, cada cosa es una y no la misma. Sé que hay quien sigue pensando que la literatura es una forma de militancia, de ahí el trillado cuento de la literatura comprometida. Mi militancia está asociada a la época de la dictadura militar y a la guerra, después de eso no milito con ningún ideario político, no sigo más que a mi sombra. Por supuesto hay quien piensa que tu vida es una militancia hasta la muerte, que estás condenado, es posible que haya quien viva de ese modo, yo no. Tengo cosas más importantes que perder el tiempo con ideas trasnochadas que poco o nada le aportan a la vida. Y es a partir de ese lente que se juzga lo que haces o no. Tiene que ver con lo que antes decíamos, la libertad de mostrarte en el universo literario. Escribo por razones diferentes a las que operan en la militancia, porque busco respuestas que nunca estuvieron en la militancia y jamás estarán ahí, al menos las mías. Es gracioso pues la militancia en la boca de muchos es hasta cierto punto un asunto de demencia esquizofrénica dado que lo de militante se expresa como un cliché para identificarte con un grupo aunque no sepas cómo está formado y cómo está elaborado su ideario. Sin embargo pasas por esa etapa en la que se plantea una aparente exigencia de vos mismo frente a una causa. Recuerdo la época en que se suscitó el conflicto cubano por el caso del poeta Heberto Padilla, que fue duramente criticado por la militancia orgánica a raíz de su obra, especialmente el poemario “Fuera del Fuego”, ante este hecho se le pidió pronunciamiento al escritor argentino Julio Cortázar, a favor de la oficialidad y en contra del poeta por supuesto, a lo que él dijo que no podía pronunciarse sobre algo que no conocía, y se lo hizo saber a Haydée Santamaría; la militancia de izquierda en Europa le exigía una postura a favor de la revolución, lo mismo que sucedía con su obra, se le instigaba porque su obra “no tenía nada que ver con su militancia ideológica de forma expresa”, el maestro Cortázar explicó cada vez que pudo, que en su obra habitaba la angustia y el dolor de los hombres de su tiempo, ahí estaba expresado su amor por este planeta. El enfoque de exigir correspondencia lineal entre la obra y la militancia no ha cambiado, ni creo que cambie dado que para eso tendrían que desaparecer los partidos y las banderas políticas. Lo que debemos hacer los que escribimos es enfocarnos en nuestra obra y dejar pasar el tren de la cuatro y diez, es lo que yo hago. Militar te puede llevar a que te fusilen. Evidencias sobran.



TP- Se sabe perfectamente que la realidad es cambiante, nada escapa a la categoría evolución; la historia tiene esa marca registrada; qué implicaciones tiene el quiebre con el pasado y el enfrentamiento con el presente y si vos querés, con el futuro.



BA- Uno no puede quebrar con el pasado de forma total, se rompe con aquellas cosas que ya no tienen significado, no solo para la vida sino para lo que haces en el plano de tu creación. Ese es uno de los conflictos que se generan en torno al amor odio del que hablábamos antes. No obstante, es inevitable romper por razones de evolución. Conozco hombres que pelearon veinte años en la guerra, de 1972 a 1992, conocieron infinidad de recovecos en el arte de la conspiración, la guerrilla rural, la infiltración, el combate, vieron morir a sus compañeros de armas; ahora cuidan su familia, tienen cuatro vacas, una milpa, ven correr a los hijos en el potrero, esperan la lluvia torrencial de cada año y asumen la paz que buscaron durante los años de la guerra. Acaso no es eso lo que nos describieron los grandes de la literatura clásica, que el guerrero vuelve al origen para plantar un jardín. Todos podemos regresar de algún tipo de guerra. Y ese jardín es una gran metáfora, mi jardín son los libros, los que leo y escribo, es el último y definitivo refugio que he decidido dedicar a lo que me resta de vida, que para molestia de mis enemigos, son muchos, voy a pasar de los ochenta años, bebiendo whisky, viendo un buen filme, leyendo una novela épica y escribiendo hasta que me aburra, con el olor de una mujer en la ventana que dé a mi jardín.



TP-  Voy a llamarles ángeles o demonios o fantasmas a todo aquello que es vinculante con el arte de escribir, específicamente, a escribir literatura. El artista o escritor en algún momento pasa por ciertos trances que indican la presencia de factores decisivos en la creación. Qué opinás de dichos factores. 



BA- Los trances de todo escritor son los trances de todo ser humano, la miseria que habitamos no se diferencia en nada, más que en los detalles y en las respuestas que compilamos en nuestra cabeza. La diferencia estriba en lo que hacemos. Escribir significa en este caso divulgar la intimidad del dolor y la gloria que en algún momento tuvo la vida, o que tendrá la muerte, inventarlas si es que no estuvieron o se dieron de otra manera. Lo decisivo es sentirse atrapado por la pasión de escribir, por buscar, en mi caso es eso, ando en la búsqueda, la literatura es fundamental en esto porque escribir es una acto propio de la soledad. Supongo que en ello tiene mucho que ver tu personalidad y tu experiencia, siempre me he considerado una persona inquieta, insatisfecha, jamás he admitido respuesta de nadie sobre mi vida, esas las he buscado yo; lo que se escribe entonces está preñado de eso, de mucho dolor. No obstante quiero decirte que no hay esnobismo en este planteamiento, detesto los grupos de debate y las reuniones de los “intelectuales”, jamás he pertenecido a ninguno. Cuando hablo con la gente me gusta escuchar música, saber la clave para reparar el motor, el truco para reparar el cable de la energía eléctrica, la enorme metáfora que habita en el hombre del campo, que señala el surco y siembra el maíz y aguarda con paciencia ese proceso milenario del nacimiento, eso es lo que de intelectual admiro de la vida no las pretensiones de los que acumulan información y pretenden ponerse por encima de los demás cuando nos espera el mismo lugar en el cementerio, o en el infierno. Los libros son compañeros no dioses, amigos no dictadores, horizontes no vértigos. Yo solo soy un hombre atrapado en una metáfora: la vida, es todo lo que tengo.



TP- Mirá, Berne, en "Arizona Dreaming" te lanzás a relatar concienzudamente el tema de la migración, el tema de la frontera, las implicaciones del viaje o la odisea de Laura Magdalena Miraflores. Eres, a mi entender, el único que ha novelizado el tema de la migración en nuestro país; de ahí me surge una interrogante: es válido hablar de la frontera y la migración irregular como categorías estéticas.



BA- La frontera es clave en el hombre del siglo XXI, la migración irregular, es el rasgo sobresaliente de la cultura en movimiento de este siglo a nivel planetario. De ahí que nosotros estemos vinculados a la frontera más transitada del planeta tierra, la que nos conduce a Estados Unidos. La vida y la muerte, la locura y la esperanza, el conflicto interno del caminante, expresa esa nueva guerra por la vida más allá de los límites impuestos por la doctrina política y el ordenamiento jurídico. Todo ello expresa la condición humana en ese evento que trastoca nuestra vida, y como tal es llevado a la categoría estética en corridos, versos, filmes, pinturas, y por supuesto novelas. Cuando se publicó “Arizona dreaming”, en 2007, mucha gente me preguntó si era cierto que algunos hechos relatados en la misma se vivían en los territorios mexicanos, la pregunta surge en la inquietud de todo lector, saber si aquello es verdad, y volvemos al tema de la verdad literaria. Cuando se publicó, las noticias no decían muchas de las cosas que se dicen hoy día, la novela muestra la degradación humana, y en ese nivel el asunto es una categoría estética, como la muerte, el miedo, el dolor, el hambre, el viaje, la búsqueda, la subversión que implica romper las fronteras con el pecho frente a un mundo enigmático y aplastante como el de las policías migratorias y todo lo que hay alrededor de la industria del tráfico de personas. En ese mundo, aquella Guardia Nacional de la que hablamos en el siglo pasado es una compañía de la parvularia represiva si se compara con la migra y las bandas mexicas que atacan al migrante indocumentado. La estética cae en el abismo del dolor del hombre de este siglo, que, como se ha dicho, es el hombre de las migraciones irregulares.

Esa novela tiene el corazón herido, como el del migrante, y su amor sigue olvidado, a pesar de ser, como dices, una novela que toca de esa forma por primera vez en este país; pasó a la vida sin pena ni gloria. Es su mayor gloria, ser una intrusa desconocida.

           

TP- Tu idea en torno a la novela salvadoreña y otras formas de la narración en el siglo XXI.



BA. Para los aburridos la novela murió y ya no hay nada que decir. Visión típica del occidente decadente. Nosotros tenemos que escribir nuestra novela, esta tierra deslumbrada por la muerte y la destrucción no ha escrito sus mejores versos, no ha postulado su sombra en las humaredas de las guerras que seguimos librando, en los hilos de sangre que abundan en nuestras escorrentías y en los mercados, nosotros, los simuladores goyescos, somos los escritores mediocres de esta tierra, no tenemos la posibilidad de decir las cosas fundamentales, porque lo fundamental no ha ocurrido todavía en esta tierra, nosotros estamos sosteniendo esta piedra, para que un día lleguen los que harán las cuentas y le den el gran regalo a esta tierra que por hoy es una tierra maldita. Yo soy uno de esos mediocres de este tiempo, comprendo cuál es el destino de mi obra y el mío, y eso no me detiene. Esperamos que ese día llegue como el mejor sol del trópico, aunque sea en la forma de una bacteria.



TP- Independientemente de encasillar a cualquier escritor o de aceptar o no su visión de mundo, cosa que resulta compleja para los críticos literarios y para cualquier persona con formación literaria. Qué supone la categoría escritores de significado.



BA- Pues no lo sé. Supongo que deben ser ganas de joder o alguna receta para bajar de peso. Siempre he creído que las clasificaciones en materia de literatura surgen en las gentes sin oficio. “Escritores de significado” podría ser la marca de un jabón para lavarse las manos frente al pelotón de fusilamiento, unos segundos después de dar la orden de ejecutar a los poetas. No sucede lo mismo en la entomología, clasificar el insecto implica conocerle mejor, aprender de su mundo y al menos intentar quitarnos la puta maña de destriparlos con los pies, en mayor grado, admirar su vida y saber que por una especie de mosca que puso un huevo en el cadáver, podemos saber la región o la época en que se produjo la muerte.



TP- En la tipificación de los géneros literarios contemporáneos aparece el cine; desde luego estoy afirmando que el cine es un género literario y que el binomio: literatura-cine se interrelaciona íntimamente. Podrías expresar tus planteamientos con respecto al cine en la órbita del conflicto y su desenlace.



BA- Ya veo que tus cátedras de derecho están calando. “Tipicidad”, se parece mucho a lo que decíamos antes, “casilla”. Pero bien, el cine, es un espectáculo elevado a la estatura de arte, o el arte como espectáculo. Como tal es el único arte que surgió a partir de un invento: la película fotografía y todo lo que esto significa tecnológicamente. Pero ha luchado mucho con su mayor competidora, la literatura, sin la cual el cine no tendría alma. La historia que se genera como carnada de la producción nace en la literatura. La búsqueda del conflicto, su desarrollo, su solución, se genera en el territorio de la literatura, entendido esto no solo el guión sino todo lo que pueda haber estado escrito antes, como una obra de teatro, un canto o una novela, aunque desde una perspectiva sumamente amplia toda historia bien lograda, en verso o en prosa, es en muchos sentidos un guión. Esto no significa que el cine no sea un generador de sus propias criaturas estéticas: el sonido es un boleto de ingreso, nuevamente generado por la tecnología. El primer beso de amor fue considerado una escena esencialmente erótica, ambientado en el filme “El beso” de 1896, que proviene de una obra de teatro, “La viuda Jones”. De la misma manera que la literatura influye en el cine, este también influye en la literatura, ambos recrean imágenes propias, ambos conspiran en el sonido y la imaginería, en lo que implican las palabras, en la música que puede ser implantada en ambos territorios. Visto el conflicto y su desenlace, es ingresar a una construcción clásica, no solo del cine sino de la novela. No obstante, ese esquema se rompe al momento de entablar la pelea con la obra, por ejemplo, lo absurdo en el tiempo en los trabajos de Quentin Tarantino o los conflictos psicológicos en los de Woody Allen. Pero la “no solución del conflicto” es estéticamente “la solución”, porque tal absurdo no solo es posible en la ficción, la realidad está dotada de ese enjambre de acontecimientos que concluyen temporalmente sin solución, al menos no favorable para algunos, o para muchos, y es obvio que antes que las luces se enciendan y el filme se diluya en los créditos, las imágenes captadas ya estarán alojadas en nuestra mente. Y todos para la casa o el bar a debatir lo que esa historia nos afectó, si es que eso sucedió.



TP- Evidentemente, el factor de la literariedad está presente en la literatura; de modo que la presencia de lo poético es recurrente y decisiva en cualquier género literario. Entonces, la poesía hasta dónde extiende su presencia, en qué medida se puede encontrar en otros géneros.




BA- De la manera que hay poesía en una pintura, en una melodía, hay pintura en una construcción poética. Beethoven era un poeta, convencido que su música era el lenguaje con el que dios se comunicaba con los seres más sensibles, desde esta perspectiva es obvio que los que no lo entendían eran incapaces de lograr tal cometido. Su sordera frente al mundo le conectaba con los seres divinos, es lo que él creía, y es lo que importa. Las novelas de Juan Carlos Onetti tienen ese dejo amable que pude hacerte llorar y pasar años pensando en una de sus frases, como el más logrado de los versos, no hay duda de que Onetti fue uno de los mayores escritores del siglo XX, sus enormes posibilidades descriptivas entablaron una conexión entre la novela y su contenido poético, difíciles de superar. Del cine podemos salir convencidos de haber estado frente a una verdadera obra poética. De manera que la poesía es algo más que un verso libre o un soneto, más que un poema en prosa, es el alma misteriosa que se encarna en todo lo que los artistas hacen, no importa lo que sea, siempre y cuando sea arte y siempre y cuando logre espantar aunque sea a los zancudos. La clave es la sensibilidad, del fotógrafo, del pintor, del actor, del escritor.



TP-En la nota introductoria de esta entrevista he planteado una idea relacionada con la investigación, supongo que el término experticia tiene que ver con prueba pericial. El escritor tiene mucho de perito en estos gajes y peripecias del acto de escribir. Cuáles son las conexiones entre narrativa y experticia.



BA- La experticia está más relacionada con unos géneros que con otros, el ensayo o el periodismo investigativo muy difícilmente se logran sin experticia. Lo mismo sucede con el guión cinematográfico, no se puede llevar adelante sin tener un enorme cúmulo de información, no solo sobre el tema que se pretende filmar sino de las condiciones en el ámbito de la producción, de los recursos con los que se cuenta. Hay novelas que han requerido mucha experticia, la que se produce en la vida. “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrand es una novela que refleja la crudeza del mundo conquistado por el emperador belga Leopoldo II, en el Estado Libre del Congo, aunque la narración es una ficción, no hay duda de que la experticia de Conrand como viajero y conocedor de la realidad que escribe vuelve el tema una obra de gran literatura. La experticia es más que la utilización de un método para acumular información, es la posibilidad de contar bajo las reglas de verosimilitud que exige la literatura, es decir, no se precisa estar en el lugar y tiempo “real” de un hecho para poder contarlo, pero se requiere conocerlo hasta el hartazgo, para poder imaginarlo, y la imaginación bien lograda es de alguna manera una fuente de conocimiento del objeto literario. Aún en la “ficción total”, como en una novela de contenido psicológico y abstracto no podríamos lograr el carácter verosímil muy propio de la novela sin conocer ese complejo universo de la psicología, y no digo con esto que nos sentemos a leer un manual de psiquiatría, aunque no está mal la idea, me refiero en primer término a sentir que esto o aquello es posible, la experticia es entonces no solo conocer, es sentir que habitamos en la historia que contamos por medio de ese personaje que inventamos al momento de escribir, el narrador.



TP- Puntualmente y para finalizar esta entrevista y que de antemano te agradecemos, cuáles serían tus planteamientos en torno al objeto literario dentro de lo salvadoreño. 



BA- El objeto o materia sobre la que cualquier escritor del mundo puede empeñar sus energías solo se descubre a partir de lo que le dicte su sentido del olfato, si es que lo tiene, su visión, si es que la tiene, su motor, si le funciona. La realidad abrazadora que nos oprime en esta incesante guerra que nos destruye, se siente de diversas formas por cada persona, el que decide escribir se aplicará en ello, inevitablemente a través de lo que siente, no hay posibilidad de escribir sin sentir, al menos literatura, claro, para escribir un contrato de seguro no se debe sentir. No podemos ocultar la tragedia de esta tierra, estoy convencido de que lo que nos sucede no terminará de resolverse en este siglo, que vamos a necesitar a lo sumo unos doscientos años para definir si nos aniquilamos o damos el salto. Esta vaina salvadoreña no es un tema de quinquenio ni de papeletas electorales, es un asunto del tiempo, el tiempo que supera a los hombres y mujeres, el tiempo como categoría no como expectativa de vida de cada indio. No hemos comenzado a nacer, esta vaina es como un dolor de parto, es lo que es, un dolor de parto, no podemos crecer sin antes haber nacido. No nos queda más que entregarnos a lo que más amamos, cada quien debe decidirlo, cada quien decide si matar o dejar vivir, si amar la vida o la muerte. Yo he decidido escribir a esta tierra que amo con todas mis fuerzas y que la sufro cada vez que la veo sangrar. No he tenido opción y no sé si lo hago bien o si lo haré bien algún día, o si seguiré siendo un estúpido mediocre, pero el amor no tiene nada de inteligente, es amor, un estúpido amor, nada más.



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