El Club Dante.



Berne Ayalá.

Un extraño concierto de poetas legendarios, insectos devoradores de carne humana—viva o muerta—, la liberación de los esclavos negros, una ciudad amable, Boston, el recuerdo de la guerra y su mortandad y por supuesto la locura girando en los círculos del infierno concebido por Dante Alighieri, entre cuyos contrapuntos se asoma un asesino. Poesía en estado sólido. 

La fragancia de esta historia estriba en la tranquilidad con que se desplazan los personajes aunque se esté ingresando al mundo de lo macabro, perspectiva literaria que se corresponde con la época que se narra, el crecimiento de una cultura atornillada a las migraciones europeas, las luchas por el unionismo, y por supuesto el encuentro de una interesante colectivo de humanistas que no solo escribieron poesía sino incidieron de forma decisiva en la creación de uno de los sistemas jurídicos más interesantes de la historia moderna.

Esto último se advierte en los personajes principales, poetas y catedráticos, intelectuales bostonianos que sin proponérselo llegarán a involucrarse en una trama que está lejos de tener el carácter de una historia pop o de una leyenda urbana tipo sopa boba maruchan, no es esa su característica sino la inteligencia con la que se recrea una época que comienza a superar los fracasos y las heridas de la guerra civil norteamericana.

La guerra no es el escenario de la historia, pero, como en muchas sociedades que han vivido tales episodios, sus efectos directos en la cultura y en la disponibilidad de recursos intelectuales, y porque no decirlo, psicológicos, los lectores nos podemos adentrar progresivamente en una comunidad que erigió un estatuto universal que la caracteriza hasta nuestros días: la dimensión de su debate intelectual, la dedicación y la pasión por la literatura como parte de la vida, y por consiguiente factor decisivo en el molde de una sociedad, su expresión cosmopolita, su atractivo en todo caso. 

De por sí la presencia de un grupo de poetas en el corazón de una trama criminal es un tanto inusual en la literatura considerada de suspense o policial. El nombre del popular poeta norteamericano, Henry Longfellow es de por sí un elemento sobrio, además de sustraer hechos de la historia que conciernen a este escritor, para insertarlos en la otra historia, la de la novela: sus trabajos dedicados a la traducción de La Divina Comedia de Dante Alighieri.

El poema del italiano Dante es el mapa que inyecta a la historia de un sentido esencialmente literario: la muerte como causa del crimen y su interpretación en el misticismo de una comunidad. 

La calidad de los personajes principales, su estatura intelectual y su arraigo a una comunidad literaria y académica es lo que afecta el resto de la historia de ese carácter delicado, pausado, poco impulsivo como suele ser en novelas cuyo perfil es la velocidad y el desenfado, como en las clásicas de Dashiell Hammett o en las de Raymod Chandler, un par de genios con otro estilo. 

Ya de por sí la aparición de un policía negro, Rey, es un componente de la ficción que transfiere aspectos insólitos, dado que la época narrada tiene un peso cultural represivo en contra de la comunidad negra sometida por la visión del esclavismo y el origen de los fundadores del ordenamiento jurídico de Estados Unidos. Situación que se deja ver en las restricciones sufridas por el detective Rey que además es más inteligente que su jefe.

Creo que El Club Dante, del escritor norteamericano Matthew Pearl no es una novela para leer a la ligera, es un producto estético delicado para saborear y contemplar con sobriedad aunque se tenga al lado el suspiro y la caricia de una botella de whisky.

Debo admitir que en lo personal hay una parte de la historia que me sedujo: el trasfondo de la guerra civil norteamericana, cuya mortandad y secuelas, se consideran superadas únicamente por las campañas de Napoleón en Rusia.
Las explicaciones literarias que de la novela se coligen en relación a la locura y el asesinato como secuelas de un hecho mayor, fueron de mi interés por cuanto, si bien es cierto su autor quizá no se lo propuso, y menos la historia —que está ambientada hace más de un siglo—, contribuye, si es dado decirlo de tal forma, a compartir una experiencia espiritual que surte de reflexiones a los hombres y mujeres de todos los tiempos: el sufrimiento que nos hereda la guerra.
La fortaleza de esta novela se encuentra, a mi juicio, en recordarnos el poder que tiene la poesía para la vida turbada de los seres humanos de nuestro tiempo, el sublime encanto de lo literario y la pasión que podemos llegar a tener por la obra estética en un mundo que nos consume con su incisivo molde del fetichismo mercantilista.

          El Club Dante es en verdad una novela que no podemos comparar con aquellas otras que nos gustan por su agilidad o su lenguaje trepidante. Esta obra, como toda obra humana, es también un asunto de gustos, que, recordando a Julio Cortázar, no tiene discusión por cuanto responde a la diversidad de sentido de aprecio de cada ser. La percepción de su calidad no responde a un asunto de ventas o de popularidad, Borges nos insinuó hace muchos años ya, que el Ulises de James Joyce no era una novela leída por muchos en el mundo, los que la leyeron es posible que no la hayan comprendido, y los que la comprendieron no necesariamente la hayan disfrutado, pero eso no demuestra otra cosa que la complejidad y estructura de la obra, en todo caso su profundidad humana.

Dante emplazado en el Estados Unidos convulso del siglo XIX, por la novela de Matthew Pearl, nos recuerda que no pocas veces hemos sentido que vivimos a las puertas del infierno terrenal.

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