Créeme, cuando te diga que el amor me espanta





Augusto Pinochet fue uno de los más despiadados tiranos del continente Americano. El golpe de Estado que dirigió el 11 de septiembre de 1973, condujo a las tropas al asesinato del presidente constitucional Salvador Allende y al asesinato y prisión forzada con tortura de otros miles de chilenos; el hito de su ataque produjo una de las más terribles heridas de América Latina. Sergio Mancilla Caro fue una de las víctimas de ese feroz ataque militar contra la sociedad civil.

Sergio Mancilla Caro militó en el Movimiento Universitario de Izquierda (MUI) aquellos meses de intensa lucha generados por el contexto del gobierno de Salvador Allende y en espacial durante los meses próximos a su derrocamiento. Esos años propiciaron un dinamismo en el pensamiento y acción de la juventud de cara a los derroteros de su historia y a las esperanzas de un Chile que soñaba con la vía pacífica del socialismo, que debatía entre los pensamientos más ortodoxos a los reformistas, que programaba en el camino de manera ambiciosa la arquitectura de una nueva patria con el auspicio del gobierno de Unidad Popular. Su fatídico destino estaba decidido por las transnacionales y la oligarquía local. En el libro titulado “La historia de Sergio Mancilla Caro, un guerrillero internacionalista austral”, material de contenido testimonial a varias voces, compilado y producido por el chileno Sergio Reyes, hay una reflexión extraída de su experiencia y visión de los hechos que describe aquellos momentos: “Ya entonces no había tiempo para el análisis político. Entendíamos que nuestra propia vida y la de nuestros/as compañeros/as estaban en juego, que el poder militar de la capital había declarado la guerra abierta contra un pueblo desarmado. La transición pacífica al socialismo había llegado a su fin de manera violenta. Al fin del día Allende estaba muerto, y los asesinatos recién comenzaban.”   

En los momentos de intensa búsqueda ejercida por los militares para someter a los jóvenes revolucionarios que intentaban escapar de la poderosa maquinaria bélica, Sergio Reyes y Sergio Mancilla Caro, dos grandes amigos, logran verse pocas veces, cada uno en lo suyo, buscando respuestas y apoyando a otros amigos y compañeros de otras organizaciones populares, hasta que ambos y de forma independiente, fueron hechos prisioneros y enviados a cárceles distintas pero similares en su crueldad. Desde aquella ocasión trágica, los dos amigos y hermanos en lucha, no volverían a verse. La terrible nube oscura y siniestra de la represión dividió al país y lo enmudeció, dejando tras de sí el rugir de la maquinaría militar y el taconeo de las botas.

Pocos días después del golpe de septiembre de 1973, Sergio Mancilla fue hecho prisionero por las fuerzas de Pinochet. Sobrevivió a largas jornadas de cárcel y tortura en la isla Dawson donde fue confinado. Logró salir en horas de la mañana del 26 de septiembre de 1974 de la prisión conocida como “Río Chico”, llevando el código “B-44” de presidiario. Ese mismo día fue trasladado a una guarnición militar donde permaneció algún tiempo, de ahí fue enviado a la prisión de Los Tres Álamos, donde recobró su libertad a mediados de 1975.  

Sus días en prisión fueron además de desafortunados por los vejámenes sufridos de parte de sus captores, frustrantes por la indiferencia de la mayoría de sus familiares, en especial la de su padre, un suboficial de la dictadura militar, y la no menos triste historia de su hermana Maité Mancilla Caro, integrante de la policía secreta de Pinochet.

Partió al exilio el 8 de septiembre de 1975, su destino: Panamá. Gobernada la república panameña en esos tiempos por el general Omar Torrijos, había en ese país una presencia política muy interesante de militantes de izquierda de todo el continente, muchos de ellos apoyando al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que avanzaba en su lucha por derrocar al dictador Anastasio Somoza.

Hacia finales de 1975, en ciudad de Panamá, la panameña Vielka Bolaños y Sergio Mancilla Caro tuvieron su primer encuentro. Volvieron a verse durante las primeras semanas de 1976. Desde entonces consolidaron “su amor en la lucha contra la opresión”. El tiempo entre la lucha y el exilio dio espacio para que Sergio Mancilla pudiera estudiar economía en la Universidad Nacional de Panamá entre 1977 y 1978. La pareja Mancilla Bolaños creció y, como lo recuerda Vielka “Un sábado de carnaval...de 1978” nació el hijo Alejandro Mancilla Bolaños.

            Los acontecimientos políticos en Nicaragua fueron mostrando con claridad el avance de la lucha sandinista. Meses después de aquel 19 de julio de 1979, cuando el FSLN toma la ciudad de Managua y se produce la derrota de Somoza, Horacio se prepara para partir hacia Nicaragua.




El 1 de septiembre de 1979 Horacio llega a Managua, lo envuelven el desorden y el festejo del triunfo sandinista; las esperanzas de aquella jovencísima revolución centroamericana papalotean en cada esquina. Se mantiene en comunicación con Vielka, enviando cartas periódicamente, en las que se deja ver no solo el sentimiento del amor por su compañera y su hijo. Sus reflexiones tempranas sobre la revolución sandinista desbordan en esas misivas, no es solo una revolución, es la región del encuentro de quienes fueron arrojados de su tierra por la fuerza de la tiranía. Siguen en comunicación y, en las primeras semanas de 1980, Vielka y Alejandro lo alcanzarán en la ciudad de Managua, donde la pareja vivirá su último domicilio familiar, abrazados en la intensidad política por ratos confusa y por otros iluminada de la revolución sandinista, donde a Sergio Mancilla lo toman tareas vinculadas a la revolución, al igual que a Vielka, en el arduo proceso de alfabetización, una de las más generosas ambiciones de aquella tierna revolución, pero también se les verá en las milicias populares, en los Comité de Defensa y en otras actividades políticas.

            Leopoldo Luna, militante chileno del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), viaja en 1980 desde Alemania y llega a Managua, contagiado, como miles de revolucionarios latinoamericanos, por los acontecimientos nicaragüenses y por la lucha librada en otros lugares de Centroamérica. Se instala y comienza a ser parte de aquellos debates y acciones que se enredan en el destino de la revolución. Entonces se produce el encuentro con Horacio.

            Después de realizarse debates al interior del MAPU, varios chilenos se reúnen para definir cuál ha de ser su participación en la lucha contra las dictaduras. Transcurre 1980, el 10 de octubre se produce en El Salvador el nacimiento del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y, el 10 de enero de 1981, el joven FMLN lanza su primera ofensiva guerrillera en diversas ciudades del pequeño país, incluyendo la capital. El mundo se contrae y los miles de revolucionarios latinoamericanos viven aquellas noticias con fervor y delirio; otra dictadura caerá, piensan muchos, pero hay que unirse a la lucha para ser coherentes con lo que se dice.

            Cuatro chilenos: Leopoldo Luna, Sergio Mancilla, Alfredo Luna (hermano de Leopoldo) y Julio Prado, confirman su decisión de partir hacia El Salvador para integrarse a la lucha revolucionaria en las montañas. Así comienzan las discusiones y la búsqueda de contactos. Las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) será la organización elegida.

            El responsable militar del grupo es Leopoldo Luna, quien se reúne con varios jefes guerrilleros de las FPL, incluyendo al legendario comandante Salvador Cayetano Carpio “Marcial”, con quien precisa los detalles de la incorporación y los aportes que se espera recibir de aquellos chilenos. La ruta queda trazada: los cuatro chilenos partirán hacia El Salvador para integrarse a la lucha guerrillera.

1981 fue nombrado por el gobierno sandinista “Año de la Defensa y la Producción” en un ambiente tenso debido a la postura guerrerista del gobierno de Ronald Reagan contra Nicaragua y los movimientos de liberación centroamericanos. El domingo 19 de julio se celebró el segundo aniversario de la revolución sandinista bajo un discurso dado por Daniel Ortega en el que se mostró la postura no beligerante de la revolución para no provocar los ya iniciados ataques terroristas contra Nicaragua.

Días después, el lunes 27 de julio de 1981, Sergio Mancilla sale de Managua rumbo a San Salvador identificado con el nombre Luis Orozco Solís. Aquel sería el último que vería a su amada Vielka Bolaños y a su hijo Alejandro. Un lunes fijado en el calendario como una flor de piedra en el jardín de los escaramujos.  
           


Ingresar a El Salvador llevando documentos falsos en aquel mes de julio de 1981 era sumamente difícil. La Fuerza Armada estaba en ofensiva militar contra los nacientes frentes guerrilleros, los cerros de Guazapa, las montañas de Morazán y Chalatenango, al igual que el resto del país, eran azotados por una fuerza militar de exterminio. Tras la ofensiva del 10 de enero de 1981, el FMLN había establecido sus campamentos rurales y se preparaba para resistir la embestida del ejército, la consigna dictada por la comandancia guerrillera para aquel periodo, uno de los más difíciles para la guerrilla salvadoreña, fue “Resistir, Desarrollar y Avanzar” que pasaría paulatinamente a la etapa de la disputa de la iniciativa estratégica, que es decir la consolidación del ejército guerrillero.

            Los cuatro chilenos llegan a Guatemala, de ahí ingresan por tierra a territorio salvadoreño, viajan en autobús hasta la ciudad de Apopa, situada a unos doce kilómetros de San Salvador. En un pequeño caserío entran en contacto con los guías de las FPL.

            Viajan en autobús, apiñados y confundidos entre los aldeanos, perciben en la carretera Troncal del Norte la enorme presencia y controles militares. Pasan por los poblados de Guazapa y Aguilares, el autobús dobla en el lugar conocido como “Desvío de Amayo”, avanzan por la carretera que conduce hacia la ciudad de Chalatenango, pasan justo al frente de la entrada principal del cuartel de la Cuarta Brigada de Infantería, continúan, dejan atrás el entronque de la carretera que conduce a las ciudades de Concepción Quezaltepeque y Comalapa. Pocos kilómetros adelante bajan del autobús.

            La guía de las FPL, una compañera encargada de trasladarlos, los lleva por los montes, así van caminando hasta subir a las estribaciones del lugar conocido como La Montañita, este lugar representa el ingreso a la zona guerrillera de Chalatenango desde el sur; continúan su avance por veredas hasta llegar al lugar conocido como El Cicahuite. Su primera noche en los campamentos guerrilleros sucede en la escuela de dicho lugar. A la mañana siguiente continúan su avance y se instalan en la mayor estribación de la zona conocida como La Montañona, donde se encuentran los campamentos del mando y otras fuerzas de las FPL.


            Las FPL organiza en ese momento sus tropas, dando forma a lo que serían las legendarias Unidades de Vanguardia (UV), fuerzas de élite de dicha organización. Además, en el medio de este proceso, en esas mismas montañas se encuentra realizando reuniones el Comando Central (el Comité Central en el caso de los Partidos Comunistas y las FPL eran un PC de nuevo tipo, como lo expresaban sus estatutos), encabezado por Salvador Cayetano Carpio, Salvador Guerra y Dimas Rodríguez, entre otros jefes guerrilleros.

            Los cuatro chilenos son asignados a diversas actividades, relacionadas con la conducción político militar y unidades de combate. Sergio Mancilla Caro es designado al todavía en formación pelotón dos del Primer Destacamento de las UV, bajo el mando del jefe guerrillero conocido como Nico, su seudónimo será Horacio. Agosto y septiembre muestran una enorme movilidad para las fuerzas guerrilleras. La comandancia general del FMLN acaba de acordar el inicio de las primeras campañas ofensivas para ampliar los territorios bajo control guerrillero. En septiembre uno de los pelotones guerrilleros de UV, al mando de “Sebastián El Tamba Aragón”, ataca posiciones del ejército en el poblado de San Fernando, Chalatenango, el jefe guerrillero, músico y poeta, muere en la retirada al caer su pelotón en una emboscada enemiga.

            Hacia finales de septiembre de 1981 una fuerza militar combinada de la Cuarta Brigada de Infantería, Destacamento Militar Número 1 (DM-1), unidades de la Guardia Nacional, otros destacamentos y fuerzas de paramilitares, dan inicio a una de las mayores operaciones militares contra la guerrilla en aquella zona. La batalla se extiende por los poblados Las Vueltas, Ojos de Agua, La Laguna, El Zapotal, Vainillas. El objetivo es cercar La Montañona, donde se encuentra el Comando Central de las FPL y su máximo comandante, Marcial.

            La batalla durará varios días, bajo lluvias torrenciales que en gran medida facilitan la huida de los guerrilleros mal armados que luchan ferozmente por escapar del cerco enemigo. El pelotón de Nico, al que está asignado Horacio, es responsable junto al pelotón de las Fuerzas Especiales (FES) comandado por Felipito, de cubrir a la comandancia de las FPL. La lluvia arrecia durante los primeros días de octubre, produciendo bajas enemigas por lesiones sufridas en los pies debido al exceso de humedad, mismas lesiones que se ve padecer a los guerrilleros. Hacia el día 5 de octubre, los aproximados trescientos guerrilleros mal armados y un número superior de civiles desarmados, logra romper el último anillo del cerco enemigo, dejando una estela de heridos, muertos y desaparecidos. El pelotón de Nico, donde combate Horacio, sufre, al igual que otras unidades, graves pérdidas en vidas.

            Horacio es uno de los guerrilleros desaparecidos en la batalla, semanas y meses después de aquel fatídico 5 de octubre, no se sabe si está vivo o muerto. Correspondencia fluye entre Vielka Bolaños y algunos de los dirigentes del MAPU. Después de varias gestiones con el mando de las FPL en Managua, se organiza la búsqueda de los restos de un cuerpo que al parecer reúne las características del revolucionario chileno y que fue visto muy cerca del cerro Ocote Redondo.

            El 3 de marzo de 1982, cinco meses después de la batalla, el médico guerrillero Luis Napoleón Barahona de seudónimo Benito —fundador de las FPL junto al comandante Salvador Cayetano Carpio—, recibe la orden de realizar examen forense de unos restos humanos. Es así como Benito se desplaza el 4 de marzo desde el campamento conocido como la Laguna Seca hacia el caserío El Jícaro, donde también hay otros campamentos guerrilleros, duermen ahí esa noche.

El 5 de marzo se dirige al lugar conocido como El Potrero, pasando por el caserío El Cicahuite, el mismo que Horacio y los otros guerrilleros chilenos encontraron a su paso el día que ingresaron al frente de Chalatenango.    Al llegar al lugar conocido como El Potrero se identifica con el jefe de un pelotón de UVZ (Unidad de Vanguardia Zonal) conocido como Héctor Martínez, quien sería un legendario comandante guerrillero salvadoreño. Dicho jefe le facilita una escuadra guerrillera para que lo acompañe al lugar donde se encuentran los restos humanos. Acompaña al médico, Leopoldo Luna “Ramiro”, quien contribuirá con información en el reconocimiento forense por ser el responsable del grupo chileno del MAPU.


            Al final de la tarde del día 5 de marzo de 1982, Benito, Ramiro y la escuadra de guerrilleros que les acompañaba, llegan al lugar conocido como quebrada El Zope, entre cuyas depresiones identifican una osamenta, la cual al colegirse con el fusil G-3 que semanas anteriores se recuperó junto a los restos, ropas y otros objetos personales y el cotejo con su estatura y otras valoraciones médicas, se pudo establecer que se trataba de Horacio.

            Los restos de Horacio fueron trasladados en un saco hacia la casa que servía de campamento del pelotón UVZ para luego ser embalados en una pequeña caja fabricada de manera improvisada aquella misma tarde; posteriormente Ramiro y varios guerrilleros caminaron con los restos desde la casa del campamento El Potrero en dirección de La Montañona, donde Ramiro pretendía sepultarlos por considerarlo simbólico debido que ahí habían acampado por vez primera tras su llegada al frente de guerra los cuatro militantes del MAPU. En el camino, debido a lo escarpado del terreno y la oscuridad de la noche, decidieron enterrar los restos en un lugar situado a pocos metros de la vereda que conduce a la Montañona, muy cerca del lugar conocido como El Trapiche.

            Benito y Ramiro salieron de la zona de El Potrero el día 6 de marzo de 1982 hacia los campamentos de la Laguna Seca. El parte redactado de manera detallada por el médico Benito fue escrito a máquina y fechado el 7 de marzo de 1982, para luego ser remitido en correo clandestino hasta Nicaragua. Documento histórico de singular importancia que luego llegó a manos de Vielka Bolaños y de ella a Sergio Reyes y de este a las mías.
           

Horacio murió, de acuerdo a lo colegido de testimonios directos y de referencia de la historia y los detalles forenses documentados, el 5 de octubre de 1981, sus restos estuvieron a la intemperie aproximadamente cinco meses, tiempo en el que los agentes naturales hicieron lo propio. Lo que Leopoldo Luna había enterrado en aquel lugar, era una pequeña caja con restos óseos y tejidos de la ropa que llevaba puesta al momento de caer en combate. Su tumba está situada en el área general del caserío El Potrero, municipio Las Vueltas, coordenadas estimadas 14°6'48”N 88°54'37”W, muy cerca de los lugares conocidos como El Trapiche y Cuesta del Calambre.

Nació en una casa de la Avenida Independencia de la ciudad Punta Arena, región de Magallanes, el lunes 16 de julio de 1951, su madre fue Luz Aurora Caro Vásquez y su padre Alfonso Mancilla. Viajó desde el sur de su amado Chile, cruzó montañas, encontró otros amores en Panamá y Nicaragua y decidió entregarse a un pueblo pequeño que luchaba por su dignidad contra una oligarquía despiadada, El Salvador. Recorrió las veredas de Chalatenango y dejó su semilla en los cerros. Su viaje hacia las utopías se traza en una placa puesta en su honor en el pequeño poblado de El Jícaro. Su partida de defunción fue inscrita en el registro de la alcaldía municipal del poblado Las Vueltas, un bello lugar anclado entre los cerros donde Horacio luchó, muy cerca del sitio donde se produjo la batalla donde respiró por última vez.

           


José Edgardo Alemán, un salvadoreño radicado en Boston, me escribió a las 19:42 horas del 3 de noviembre de 2014 para explicarme que un chileno radicado en esa ciudad estaba embarcado en la búsqueda de los restos de un amigo de juventud, también chileno, caído en combate durante la guerra civil de El Salvador. José Edgardo preguntó si yo podía conducir desde tierras salvadoreñas aquella búsqueda dado que, el todavía para mí desconocido chileno, no había podido encontrar un enlace para llevar a cabo la búsqueda. Le respondí a José Edgardo que le diera mi dirección de contacto al amigo chileno y le hice saber de manera contundente que yo aceptaba ser parte de la expedición.

A las 10:37 horas del día 4 de noviembre de 2014 me escribió por vez primera Sergio Reyes, un ex preso político de la dictadura militar de Pinochet, exiliado de su patria chilena y residente en Boston. La puerta hacia el pasado se abrió.


Al iniciarse el verano de 2015 hice mis primeros viajes a la zona de los caseríos El Jícaro y el Cicahuite, en Chalatenango, para buscar la zona donde, de acuerdo al croquis e informe que el médico Benito remitiera treinta y tres años antes a la comandancia de las FPL, estaba el sitio del hallazgo de los restos de Horacio y cerca de ahí su tumba. A veces llegué solo o acompañado por los veteranos Pedro Café, Martín y Abel.

            Sergio Reyes, Leopoldo Luna y Vielka Bolaños, llegaron a El Salvador el sábado 21 de marzo de 2015. Nos reunimos en el aeropuerto internacional de El Salvador “Óscar Arnulfo Romero”. El domingo 22 de marzo salimos en horas de la mañana hacia la zona de El Jícaro, Chalatenango. El viaje tuvo lugar por la misma carretera Troncal del Norte, donde habían llegado los chilenos aquel invierno de 1981 para entrar a la zona guerrillera.
            


Desde el lunes 23 hasta el jueves 26 de marzo ejecutamos el plan operativo para recorrer el terreno. La primera visita al sitio de la caída en combate de Horacio estuvo colmada de una tormenta de sentimientos. Identificamos la quebrada El Zope y una zona general donde su tumba yace perdida entre los montes; la ayuda del viejo Rogelio Ortega fue de mucho valor, él vive en la misma casa donde estuvo aquel campamento guerrillero de las UVZ. No pudimos identificar lugar preciso de la tumba. Estuvimos hospedados en casa de Orbelina Mejía Ayala, cerca del panteón de El Jícaro. Algo había sucedido. Nos habíamos encontrado entre las fibras delgadas de la historia.

El viernes 27 de marzo, en el aeropuerto internacional “Óscar Arnulfo Romero”, la expedición llegada desde Chile, Panamá y Boston, subió en sus respectivos aviones. Prometimos juntarnos de nuevo en tiempos cercanos. Sergio quedaría a cargo de continuar organizando desde el exterior la logística para la nueva visita, mi compromiso era realizar otros viajes a la zona donde Horacio había caído, para ahondar en las evidencias que nos permitieran localizar la tumba.

            Durante los meses siguientes a nuestra primera expedición realicé varios viajes a la zona donde yacen los restos de Horacio. De nuevo lo hice solo, en otras me hice acompañar de Pedro Café y del compañero Leonel Solito.


            La expedición fijo el año 2016 para saldar algunas cuentas con Horacio. Leopoldo Luna arribó el miércoles 27 de abril con su mochila de gitano y los kilos de queso de cabra, sus primeras horas las compartió en casa del veterano de las FPL, Rafael Paz, con quien se había reencontrado en el primer viaje. Sergio, Vielka, William Hughes y Rosario Arias (ambos panameños y amigos de juventud de Horacio y Vielka) llegaron el viernes 29 de abril. 

            El sábado 30 de abril se realizó un acto político en el caserío El Jícaro, lugar donde se erigió un mausoleo con una placa de mármol dedicada a la memoria de Horacio. Al acto llegaron veteranos de guerra del FMLN y los integrantes de la expedición. Todo fue organizado por nosotros, hasta el último detalle, incluyendo el texto y la placa de mármol, que fue construida en un taller artesanal de Santa Ana e instalada en el sitio por Gerardo Mejía (residente de El Jícaro e hijo de Orbelina Mejía). Ahí quedó su monumento, en unos cerros quizá remotos de su amada Magallanes, donde algunos viejos locos solemos ir a llorar la juventud de la utopía que todavía nos apuñala el pecho.  

            Los fragmentos de cartas que Vielka Bolaños hiciera públicas para la edición del libro de testimonios dedicado a Horacio, son reveladoras en cuanto a la agudeza del pensamiento político del guerrillero chileno en los primeros momentos de la revolución sandinista, sus apuntes y observaciones precisan criterios que han ocupado las entendederas de los revolucionarios en cualquier situación similar del mundo; asuntos referidos a la economía, alfabetización y reforma agraria, en sociedades atrasadas como la que dejaron en herencia maltrecha los Somoza, la organización del partido y por supuesto la defensa misma de la revolución. Otros temas no menos importantes están señalados en las misivas de aquel joven chileno portador de una agudeza política admirable. Pero en esas misivas también transcurre el intimismo de un hombre joven que extraña a su amada y su hijo, que se contradice en sus emociones al plantear las posibles salidas a sus ambigüedades muy propias del hombre que vive en el corazón de una revolución. 

            

El domingo 1 de mayo estuvimos encaramados en unos cerros, frente a La Montañona. Veo la imagen de Vielka en el instante de enterrar su carta de amor para Horacio, bajo las rocas, la botella de vino Gato Negro para Changó, la risa de William Hughes y Rosario Arias, la mirada compenetrada de Sergio Reyes, las voces de Leo, Pedro Café y Mingo (un aldeano que esa vez nos acompañó generosamente). Y entonces recordé los detalles de mis días de joven guerrillero en aquellos mismos cerros y tarareé en un recóndito sitio de mis estertores de ciudadano maldito, esa hermosa canción de Vicente Feliú que inspiró el título de esta crónica.

Y en verdad puedo decirte que el amor me espanta… “…créeme, cuando me vaya y te nombre en la tarde viajando en una nube de tus horas, cuando te incluya entre mis monumentos.”


Berne Ayalá.


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