Lágrimas de sangre
11.
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16.
Aún no encuentro la palabra para secar
tu sudor. La frase para ordenar tu grito. El verso para despellejar tu rostro. La
poesía para embellecer tu muerte. La esponja para consumir tu sangre. El
horizonte para devorar tus ojos. Las pisadas con mierda de tu largo viaje. Aún
no encuentro la salida de este laberinto de piel ajada.
Dije a mis amigos que no recuerdo tu
nombre. Oí tu gemir cuando llorabas lágrimas de sangre. Tuve la idea de
repetirte en un papel hormigas encantadas. Te sentí como la voz colgada de los
autobuses. Vieja y cabizbaja ciudad despeinada mujer despatarrada. Tu pliegue
de cenicienta sube al coche del ratón. Invento de piratas extranjeros mía como
mi sudor.
Dos de bastos siete de copas todo te
lo di. Dócil y macilento enjambre de abejas que me pican el rostro. Dólares por
supuesto. Qué te has creído, culo de tecomate.
15.
Dile al domingo, que siempre descansó
en tinieblas. Al muro de Berlín que se cayó a pedazos. Al dormitorio de los
presos. A los colchones donde dormía el vecino. Al periodiquero de los sábados.
Las veces que te tuve a tiro. El dulce de atado agrio como ninguno. La mustia
vela de la iglesia. Dile al sargento de policía. Lágrimas de sangre para
preparar en casa. Sombrilla de papel. Viento cansado. Discos piratas. Canción
de amor para los hombres, léelo si quieres. No regreses.
Como gato en la noche me arrastré por
los tejados. Arañando los aceites de tus pechos. El ladrido del perro y el pito
del vendedor de pan. Planeta de las ilusiones marchitas culo de tecomate.
Parloteo de presidentes vitrinas iluminadas. Conspiración de la nostalgia muñecos de barro (jugosas vaginas y
vergas con tiro en recámara culata de 45, made in Ilobasco). Suspirabas con el
señor de la tv. Mi cola peluda de chucho si hogar te soplaba un escape furtivo.
Llanto de poetas muertos arrastrados por el río. Volcán sumido en el humo.
Velas en el cementerio de los ilustres verdugos jubilados. Dormidos en la calle
James Dean.
Subía la marea por tus caderas. No
importa el día lágrimas de sangre. Gris negro sábanas de hojarasca. Tibia fría
marchita taza de café. Precisa o confusa tu palabra vomitiva. Sota de bastos en
la palma de las manos. Tortas al pastor a medianoche. Te veo el martes en las
noticias ocho en punto. Muerta, espero.
Irme al mercado a devorar tus muecas.
Espantar los mosquitos del dengue hemorrágico a escopetazos. Hacer caricaturas
con el aserrín mojado de tus huesos. Probar con mi lengua herida el tibio aroma
de la esquina. Soplar hacia el cielo mis “derroches de juventud”.
Odiar en la tarde, cuando no queden
noticias de tu paso. No creer en tus consignas ni en tu semblante libertario.
Poner letreros en los postes previniendo tu llegada. Inundar de esquelas la
sección completa del amanecer. Espantar la colmena de avispas con la cara.
Dejarme morder por los perros. Dejarme besar por los espantos. Abrazar los
alambres de púas. Trepar por los tejados de la catedral degollar a los
santos. Historiar esta tierra maldita que supura en las noches aullido de
brasas en el fondo del mar.
Suponer que nunca estuve de tu lado.
No escribir versos para vos ni para la puta que te parió. No hablar de tus
encantos. No beber de tus manos asesinas. No arroparme en el recuerdo de las
noches de invierno. Sacudirme el grito de guerra que me inyectaste en las venas
con una jeringa para caballos. No escribir de tu ternura de cirujano del seguro
social. Ni de tus mensajes de dioses imbéciles mí sonrisa de espantapájaros.
Madrugadas aquellas, cuando me enviaste a morir por tu locura, ramera
predilecta de la fiesta inolvidable donde te dejé mis babas, mis dientes de
leche, mis primeros pasos, mi cordón umbilical, mi semen, el útero donde se
formó este corazón enamorado de tu culo de tecomate.