Gadafi: la compasión y la guerra de Troya.
Es probable que los hombres de este tiempo seamos inferiores a los que pelearon la guerra de Troya. Borges dedicó su vida a comprender ese episodio homérico de la humanidad porque en ella caben todas las explicaciones de todas las guerras que la humanidad ha librado y las que librará; la guerra es la zona de la eternidad humana.
La caída de Patroclo produce el combate entre Aquiles y Héctor, uno de los momentos más impresionantes de la Ilíada: una vez caído Héctor, Aquiles lo arrastra como a una piltrafa, porque quiere reducirlo al más bajo nivel de la memoria que solo se logra en el recuerdo y el duelo elaborado por los que le sobreviven y le aman, no importa si fueron príncipes, coroneles o soldados.
Es la súplica de Príamo la que doblega la actitud del despiadado Aquiles con la intervención de los dioses. De esta manera se honra al enemigo caído y se compadece a la familia, que también es enemiga, y se permite la tregua para el duelo, para las llamas y las monedas del barquero.
Esos hombres eran guerreros despiadados con sus espadas y lanzas, pero eran distintos a los de este tiempo. Eran héroes. Eran hombres de honor y de compasión. Morían en combate y frente a sus enemigos.
Es muy difícil defender la forma en que Gadafi gobernó, sobre todo cuando no tenemos información suficiente para enjuiciar una historia manipulada por la prensa, pero es muy cierto que quienes le mataron —los autores intelectuales de su muerte—, no son mejores que él porque no conocen la compasión ni el respeto por lo único que quizá tengamos de divinos los seres humanos, la muerte.
Aquiles jamás sonrió por la muerte de Héctor porque la muerte era una forma de lo divino y en el dolor de Príamo estaba el dolor suyo, por la caída de Patroclo. Pero además porque Aquiles estaba dispuesto a morir por su causa.
Hilary Clinton río al conocer la muerte de Gadafi. Reír por la muerte de un enemigo caído podrá tener sus explicaciones, en el caso de los libios contrarios a Gadafi, por ejemplo, pero en el caso de la Clinton el asunto es grotesco: a quien se parece ella es al rey Agamenón, el más traicionero de los reyes de la guerra de Troya.
Cuando imitamos lo más despreciable de nuestros enemigos no podemos distinguirnos de ellos. No podemos ofrecer un mundo mejor sobre la base de la tortura, el asesinato, la barbarie. La compasión es un rasgo que supone privilegiar la justicia universal al de la venganza, pero claro esto es un asunto de dogmática: en Libia se ha visto hacer lo que los jurisconsultos de la justicia universal de occidente dicen despreciar, el juicio sumario.
Es difícil admitirlo, pero los hombres del siglo XXI somos más bestiales que los de la guerra de Troya, aquellos reyes, al menos la mayoría, estaban dispuestos a morir, los de ahora, solo están dispuestos a matar a larga distancia, con aviones a control remoto. Tienen a su favor no a Homero, tienen a las más grandes cadenas de prensa para mentir y hacer mentir a una humanidad idiotizada que no conoce el valor superior de la duda como principio de la verdad.
No hablo por el nombre Gadafi, porque no es a Gadafi al que arrastraban como a un trapo, no es a un dictador al que fotografían como a un trofeo en el contenedor de pollos, no es a Gadafi al que ofendían en su lecho de muerte; se ofendían a sí mismos, a la condición humana del libio, a la comunidad árabe, y por antonomasia la de cualquier criatura que se identifique con la especie humana.
Se arrastraba el cuerpo de cualquiera de nosotros, no importa lo que hayamos sido, lo que creamos que hayamos sido, pero además, de la misma manera que los gobernantes occidentales, Gadafi, creía que hacía lo correcto y sin duda provocó menos muertes en 42 años que los miles que provocó occidente en ocho meses de bombardeos. Digo, se arrastraba a cualquiera de nosotros porque los valores sobre la vida y la dignidad no tienen nombre ni título, se enlodó la demagogia de la justicia universal de occidente.
He vuelto a ingresar tras los muros de Troya, para ver aquella batalla de todas las batallas, porque allá es donde murieron los dioses y los héroes. Quizá Homero, el más extraordinario de los narradores de todos los tiempos, logró su mayor invención: la compasión humana en el corazón de la guerra, que era la compasión de los dioses que intercedieron entre Aquiles y Príamo, una compasión que no conocemos en este siglo de la revolución de la informática, porque en efecto los dioses y los héroes han muerto ya.