Solo para damas



Berne Ayalá
Los gatos suelen ser personajes recurrentes de las narraciones misteriosas o policiales, su movimiento sibilante, su gemido o tan solo su referencia es suficiente para imaginar la oscuridad de la condición humana. Uno de los más legendarios es aquel asqueroso animal al que su amo le saca un ojo, quien luego con paciencia espera la hora de vengarse, hasta que, en efecto, llega el momento oportuno, cuando se queda atrapado en la tumba de la mujer asesinada por su mismo amo. Un gemido endiablado desde la oscuridad será la campanada para entregarlo a la policía. Hablamos de Gato Negro de Edgar Alan Poe.

Por supuesto que la narración que nos ocupa no pertenece, quizá, al género misterioso, salvo que consideremos que en todo crimen hay siempre un misterio que no pueden solucionar los mecanismos de la ciencia forense, pues el crimen en su esencia es algo que solo cabe en la cabeza siempre incomprensible y perversa del ser humano. El crimen es tema central en el libro Solo para damas, del escritor salvadoreño Mario Martínez Alfaro.


Y el crimen siempre está conectado con la culpa, sea esta evadida o asumida. La confusión moral de Richard y Nathan, protagonistas de la narración, expresa ese rasgo heredado de la cultura occidental, la necesidad del animal de recrear la fantasía en el territorio sexual que desde la antigüedad ha estado asociado con el crimen. La fantasía sigue floreciendo en su cabeza aún después de la muerte, que, en nuestro caso es demencialmente confusa precisamente por la estupidez que dirige las vidas de los protagonistas.


En la cultura jurídica hay una categoría central al momento de investigar un crimen intencional, el móvil. Los problemas surgen cuando los especialistas intentan descifrar los recovecos de los hechos para cerciorarse de forma inequívoca si es que hay intención o solo se trata de un accidente. Pero por mucho que los abogados y forenses se esfuercen por descifrar los acontecimientos muy difícilmente podrán comprender cómo es que alguien puede sentirse un criminal sin serlo, o viceversa, o lo que es peor, llegar a serlo sin proponérselo. Ahí está una de las claves psicológicas de Solo para damas.


El sexo bajo el juicio de la “solterona Antonieta” se vuelve perverso, una mujer repugnante, quizá porque encierra uno de los patrones de conducta que entronizan la esquizofrenia de la moral burguesa. Los prejuicios y la soledad caldean los ánimos pendencieros. Es el momento de sacrificar sus creencias hipócritas a través de los túneles insondables de la sexualidad.


Solo para damas se me antoja como un trabajo previo para un guión de cortometraje. La secuencia y la trepidación verbal sugieren la confusión de unos hechos que de momento nos parecen bastante conocidos, absurdos como verosímiles. La fotografía, las sombras de los gatos, el rostro perverso de Antonieta, el dorso desnudo de aquella mujer que duerme en una cama para siempre, la tierra negra del jardín. Una habitación es suficiente para poner las luces y las cámaras. El resto se verá desde la ventana: los policías de reparto y la sociedad que se pudre en las entrañas de los poderes estructurales, el instante de implantar pruebas, de crear responsables, en el que toma vida, en las manos de los hombres, el poder real.


En Solo para damas hay un crimen mayor, el de la espuria mentalidad de los que dirigen las estructuras del poder. Como se sabe, en criminología, hay una tesis esencial que describe a fondo el modelo punitivo de nuestras sociedades: la invención legal del crimen. Pero también, y más allá de la descripción gramatical que subyace en la ley, hay un momento en el que nace el crimen, mucho más impenetrable, la sinrazón.


¿Es posible vivir en las páginas de un chantaje que sirve de móvil a un crimen? Lo que propicia que hechos atiborrados de incoherencias se vayan enquistando en un expediente policial es el otro rostro de la historia: el de las invenciones de los sistemas policiales de nuestros países, que siguen teniendo como base de su trabajo la ignorancia y el fraude como únicos mecanismos para reproducir los males de nuestras sociedades, heredados por la mentira de la inquisición religiosa.
Es lo que hace de esta historia un cortometraje policial muy bien articulado, idóneo para el espectáculo de nuestros tiempos. La presencia policial y sus mecanismos tramposos puestos en los medios de comunicación, desencadenará una incesante y convulsiva forma de pensar y de actuar de los protagonistas. El arrepentimiento, que es hermano gemelo de la culpa, propiciará nuevas formas de la conducta criminal, lo que vuelve la historia, como se ha dicho ya, aunque corta, incisiva.


Solo para damas es una invitación expresa al desenfreno sexual que puede sin lugar a dudas terminar en un asesinato, en un conflicto que no ha de superarse sino es con la ejecución de nuevos crímenes. “No somos asesinos”, dice Nathan, un tanto confundido. Sus palabras anticipan unos hechos bastante conocidos en nuestra cultura.


Novela corta o relato largo, qué más da, Solo para damas es una rica narración que se devora en un par de horas, que se disfruta por mucho tiempo gracias a la frescura con la que está escrita, a la depuración del texto, pero sobre todo a la aparente simpleza de una historia que subsume la complejidad de la condición humana.


En esta historia hay una frase que lo resume todo: “Dos supermachos te prometen una noche sin igual. Dile adiós al aburrimiento. Solo damas.” En ese anuncio de periódico se esconde el rostro del payaso que todos somos y la pregunta que al final los lectores nos hacemos: ¿Quién engaña a quién?


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