La culpa es de Fidel



No es únicamente el prodigio de la imitación como forma del aprendizaje o el arma del cuestionamiento respecto de una vida que nos parece demasiado grande y compleja, pero no por ello menos ambiciosa, es el poder de una niña cuya genialidad propicia la belleza que esconden todas las épocas en la que los adultos se agencian el destino de nuestras vidas infantiles.

Hablo del filme cuyo guión fue escrito por Julie Gavras y dirigido por ella misma, con la cooperación de Armaud Cathrine, basada en la novela de Domitilla Calamai, una historia que nos muestra con ternura que en la cosmovisión infantil está la gloria que hombres y mujeres buscan en las guerras y la política. Por sí solo el nombre de Fidel alude al más controvertido de los personajes de la historia moderna, más sin embargo, las alusiones que a su nombre, especialmente de la niñera cubana exiliada en Francia, que le acusa de ser el responsable de sus males, y de ser un ser maléfico representado en esa figura tan mundialmente conocida, “los barbudos rojos”, expresan por sí misma la complejidad de la vida misma, además de ser precisamente legítimos los argumentos de la niñera como los de los que adoran al líder cubano.

La vida de Anna, esa niña inquieta y extraordinaria protagonizada por Nina Kervel-Bey, se ve afectada por las decisiones de sus padres, por un tiempo de grandes inquietudes y esperanzas, marcada por una militancia que para muchos puede resultar trivial, es decir la de los padres de la niña, Marie (Julie Depardieu, hija del actor Gerard Depardieu) y Fernando (Stefano Accorsi), no es necesariamente un exceso de su directora, la vida de muchas familias militantes de los años 70s fue trivial, absurda, como suele ser la época romántica de muchos acontecimientos humanos, más aún cuando eran familias que venían de la llamada pequeña burguesía.

El fascismo de Mike Mouse debe parecer absurdo, típico de una cultura religiosa, es el juicio que Fernando le aplica a las lecturas de una niña, su hija. El mundo erigido por las ideologías está dotado de ese rasgo depredador de las emociones, porque la única emoción posible, a su entender, era la de la causa y sus instrumentos, el colectivo. En ello no hay diferencia con ninguna otra religión.

Los barbudos y comunistas se vuelven hasta cierto punto cómicos, es lo que se busca, incluso cuando al juntarse ambos conceptos en la cabecita de Anna y su hermano, la maldad que se supone esconden esas criaturas imaginarias termina en el único rostro barbudo y rojo que han conocido, el de Santa Claus.

La decisión de los padres de Anna de prohibirle la catequesis en su colegio católico viene a recordarnos las experiencias de los sistemas ideológicos totalitarios, que no admiten la experiencia humana más allá de sus fronteras. Y sin embargo a la niña le fascinaba su clase de catequesis pues en ella fabulaba el origen de las cosas del mundo que conocía. El juicio de “ser reaccionario”, aplicado especialmente por su padre, es como tal un juicio de un adulto. Silvio Rodríguez recuerda que de niño fue excluido de su clase de religión por decisión de su padre, entonces tenía una amiguita que no dejó de entrar a esa clase, ella no creía en los reyes magos, él sí.

El colectivo y sus contrariedades devuelven a nuestros recuerdos todo lo que nos han contado de los esfuerzos comunes y de la condición del individuo. La presencia de Nina Kervel-Bey es sobresaliente, no porque se trate de su propia historia sino por la calidad de su desempeño, genial, interesante, tierno, bello.

En el filme todos sufren a su manera. El abuelo de Anna expresa su dolor por la muerte del general Charles de Gaulle, su abuela extraña la cercanía con su hija y la familia ampliada, su padre ve caer como cristales rotos los gritos de euforia frente a la ventana, cuando Salvador Allende es asesinado en el Palacio de la Moneda, lejos por supuesto, en el Chile de nuestra América. Y Anna vive cada una de esas mareas pues a su paso ella también pierde porciones de su mundo, no solo la caricia de los peinados de su madre, los jardines de su casa o el cambio de su dieta alimenticia, es ese zoológico que conoce a tan temprana edad y que la llevan a experimentar “cosas de adulto”.

Julie Gavras al igual que su padre, el también cineasta Costa-Gavras, debió enfrentar las críticas de aquellos que siguen viendo a los personajes de la historia como dioses intocables, aún cuando, en nuestro caso, Fidel es apenas un nombre de referencia. La artista y sus posibilidades salvan la vida, su compromiso está dedicado a la verdad, a esa escurridiza forma de la ilusión que habita en cada una de las cabezas que piensan y sienten que es legitimo vivir más allá de los sistemas ideológicos, más allá de la megalomanía de los que se adjudican el derecho de salvar al mundo.

La culpa es de Fidel no podría estar completa sin el juicio aplicado a Mike Mouse, “el fascista”, y no resulta irreal en modo alguno, según muchos evangélicos de la tierra salvadoreña, el mariconcito oso Winnie Pooh es el hijo de Satanás.

La vida de Anna no es un juicio contra Fidel ni contra nadie, aunque el título del filme sea elocuente, nada más es la historia de una vida que, como muchas, caen, y caerán en cada invierno sobre las calles de las ciudades o en los montes, en los mares de todas las religiones del mundo y sus absurdos para ser devoradas por las tormentas de sus púlpitos.

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