Romero y la pericia del asesino.
En el asesinato de los sacerdotes jesuitas, sucedido la madrugada del 16 de noviembre de 1989, intervino la cadena de mando de la Fuerza Armada al más alto nivel, la modalidad del crimen presenta una intervención institucional y una forma de encubrimiento que raya en el descaro de una élite militar y política cuyos integrantes siguen hoy día justificando dicho crimen. El desplazamiento de unidades especiales a la zona del crimen y la utilización de armamento de uso privativo de la fuerza militar del gobierno y órdenes superiores debidamente registradas son marcadores comprobados por expertos analistas, escritores y abogados. Este carácter supone un crimen con las características de terrorismo de Estado.
En el crimen contra monseñor Romero las cosas
son mucho más complejas, se trata de un asesinato en cuya conspiración y
ejecución intervino una cantidad borrosa de actores—militares activos y
retirados así como también civiles en misión operativa y financiadores
vinculados al gran capital de aquellos años—quienes, aunque se hayan valido de
diversas instancias oficiales, operó bajo la modalidad de “escuadrón de la
muerte”, esto vuelve el caso sumamente difícil para esclarecerse en los niveles
de autoría intelectual más allá de Roberto d´Aubuisson o de cualquier otro
lugarteniente que haya sido identificado hasta hoy en el caso. Es obvio que la
cadena de mando no comienza ni termina en un solo hombre, máximo cuando se
trató de una decisión tan difícil como el asesinato de un arzobispo católico de
las credenciales de Óscar Arnulfo Romero.
En esta ocasión voy a hablar de tres asuntos
esenciales que arrojan luz al caso del crimen de monseñor Romero: el arma, la
munición y la lesión provocada.
El arma que se utilizó para matar a monseñor
Romero ha ocupado muy poco la atención de los reportajes. Las investigaciones
periodísticas se han centrado fundamentalmente en dos o tres personas
relacionadas con la autoría intelectual y la parte operativa del crimen y en
diversos “testigos de excepción”, especialmente después que la Comisión de la
Verdad presentara su informe De la locura
a la esperanza, hasta nuestros días. Esto ha llevado a marginar una gran
cantidad de elementos que vistos con detenimiento permiten comprender mejor el
carácter encubierto del crimen y por consiguiente la complicidad generalizada
de quienes sin duda ocupaban cargos de primer nivel en el aparato de Estado y
el poder económico de aquellos años, no solo del acusado principal.
Dado el momento en el que se vivía y la
complicidad de los aparatos policiales y militares, que políticamente eran un
mismo brazo armado de la dictadura, poco o nada se hizo en su momento desde la
aplicación de las técnicas balísticas para profundizar en el tema del arma.
Esto tiene mucho que ver con el modelo de justicia criminal salvadoreño que
sigue vigente, cuya mayor deficiencia se encuentra en las técnicas científicas
para la investigación del crimen.
El sistema de justicia penal como el resto de
la sociedad salvadoreña ha enjuiciado los hechos criminales básicamente a
partir de la ponderación de testigos presenciales o referenciales, lo antes dicho
es un rasgo antropológico de nuestra sociedad, factor que ha propiciado la
impunidad debido a la fragilidad que suponen los testigos en sociedades
inseguras como la salvadoreña. El no haber indagado en otras zonas del crimen de
monseñor Romero ha limitado nuestra capacidad de conclusión. Se suele perder de
vista que una prueba científica puede conducir a otras hipótesis y a
esclarecimientos relacionados con los autores intelectuales. El crimen de monseñor
Romero propiciará una indagación de carácter histórico inexcusable que se irá
construyendo con el paso de los años por diversos investigadores y este tipo de
análisis irá dando nuevos aportes.
Tres asuntos deben ser tratados con pericia: 1.
el tipo de fusil utilizado, 2. las características de la munición y 3. la
lesión provocada. Las principales fuentes utilizadas hasta hoy para delinear
algunas explicaciones al respecto han partido de la pericia forense realizada
en el cuerpo de Romero y el dictamen sobre la herida sufrida—que incluye la
recuperación de fragmentos de proyectil—y la agenda decomisada el 7 de mayo de
1980, cuando se capturó en la finca San Luis de Santa Tecla, a Roberto
d´Aubuisson, Álvaro Saravia y a otros militares salvadoreños y unos cuantos
civiles cuyo pasado es bastante oscuro.
Para buscar la fuente de referencia
documental, veamos en primer término la agenda. En la agenda decomisada al
capitán Álvaro Saravia se hace referencia a requerimiento de armas y otros
pertrechos claramente alusivos a actividades paramilitares. Lo que llama la
atención es la alusión a adquisición de dos fusiles Bushmaster y un Robert´s
con mira Escalayk y munición del tipo .223. Dicha agenda, según versiones de la
época, fue incautada por la CIA, un tema que generó abundantes debates cuando
la Corte Suprema de Justicia tuvo acceso a una copia en la época que el Partido
Demócrata Cristiano acusó a Roberto d´Aubuisson de ser autor del crimen
mientras el tribunal de la causa jamás vio el documento original.
Las fuentes en las que se origina la
existencia de dicho documento es la inteligencia norteamericana, así como la
mención hecha por algunos militares salvadoreños que intervinieron en la
captura aquel 7 de mayo de 1980 o conocieron de este hecho por otras razones y
la copia que obtuvo la Corte Suprema de Justicia cuando se buscaba realizar la
extradición del capitán Álvaro Saravia (lugarteniente de Roberto d´Aubuisson),
quien supuestamente se encontraba para esos días en Estados Unidos. Es probable
que la clasificación del documento original que hiciera la inteligencia
norteamericana, se debiera a que en la misma se observen datos que comprometen
a instituciones y/o personajes de otras latitudes en el asesinato del arzobispo.
Lo cierto es que este grupo paramilitar que fue capturado en mayo de 1980
estaba relacionado con la mención de armas para francotirador en días cercanos
a la muerte de Romero.
Ahora nos detendremos en las armas. El
Bushmaster es una carabina derivada de la familia de fusiles M-16, conocidos
también como carabina M-4. Se trata de una familia bastante dinámica de armas,
que va desde lo que es considerado como arma de “uso civil” y de “uso militar”.
Dicha consideración bélica no es más que la expresión de una cultura de la
violencia dominada por el mercado de armas.
El dinamismo y la masiva venta de estas armas
ha permitido la aplicación de una escala de calibres bastante flexibles que pueden
ser alimentadas con cargas de calibre 22 y todas sus variables, y la reconocida
munición .223 Remington (5,56 mm x 45) utilizada para la guerra de Vietnam en
los equipos AR-15/M-16.
Dada la evolución experimentada en la
producción de estas municiones a partir de la experiencia de quienes han
ejercido el deporte de matar animales, este tipo de municiones se fue
desarrollando hasta ser aplicada para derribar incluso a un oso polar como a un
alce de un solo tiro, en lo que se conoce como “caza mayor”. Este rasgo
destructivo del proyectil en animales cuyo peso y fuerza es superior al de un
ser humano promedio nos debe llamar mucho la atención.
La modificación del proyectil para lograr una
mayor precisión, que supone la acumulación de energía cinética—energía que
surge en el movimiento de la masa de un cuerpo desde el reposo—y por
consiguiente una mayor fuerza de impacto que puede superar las ciento cincuenta
libras de energía en la boca del cañón (uno de los valores más pequeños puesto
que la modificación del armamento puede generar una energía mucho mayor,
incluso superior a las mil libras en la boca del cañón). Hablamos de armas que,
aunque se clasifican como “armas civiles”, tienen un poder destructivo incluso
mayor que algunas armas de uso privativo de fuerzas militares.
El poder de la energía cinética del proyectil
que impactó en monseñor Romero, dobló el peso de su cuerpo sobre su espalda —quien
una vez en el suelo fue asistido por la hermana Teresa de Jesús Alas—. La
hemorragia le provocó la muerte en pocos segundos. En este primer instante, el
desarrollo de la lesión advierte lo que antes apuntábamos, el poder destructivo
del proyectil y la zona de impacto. Los asesinos sabían muy bien por qué
estaban utilizando esta arma y no un G-3 u otra de mayor calibre, que tanto
abundaban en las unidades militares y escuadrones de la muerte.
La precisión del arma de caza y la
fragmentación del proyectil permiten no solo una lesión devastadora sino una
mejor ocultación del rastro dejado, es decir el extravío del llamado proyectil
testigo que conduce al arma, al fabricante, al comprador, al autor directo…a
los asesinos intelectuales.
El asesino directo de monseñor Romero debió
utilizar con bastante probabilidad un arma y munición que suele utilizarse en
un deporte como la caza, ya sea para pegar a un blanco fijo o en movimiento. El
asesino no necesariamente debió ser un militar aunque sí un experto tirador, en
todo caso un experto tirador con conocimientos de técnicas en disparos
implementados en la caza mayor. Este detalle es uno de los más “misteriosos”,
sutilmente ocultado, incluso por la declaración del testigo Amado Antonio Garay—motorista
que condujo el vehículo en el que viajó el francotirador que disparó contra
Romero—, cuya versión analizaremos posteriormente, en su calidad de testigo de
“excepción”, quien se sitúa en la escena del delito y participa en el mismo en
calidad de coautor.
Para algunos deportes el alcance de un
proyectil de la serie del 22 puede rondar los trescientos metros, de tal suerte
que cincuenta metros es una distancia de disparo efectivo, aunque no
necesariamente el proyectil haya alcanzado su mayor potencia de impacto a esa
distancia, es decir, que el arma y la bala pueden tener condiciones para pegar
a distancias mayores sobre objetivos más pesados, no dejan de ser idóneas para
impactar efectivamente en blancos menores y a distancias menores.
Ahora veamos el otro fusil mencionado en la
agenda del capitán Álvaro Saravia. El fusil Robert´s con mira Escalayk,
utilizado también en el deporte de cacería con proyectiles que oscilan entre el
calibre 22 y el 25 es el que más se acerca en características del arma
utilizada en el crimen de Romero. Cuando se trata del deporte de cacería, las
características requeridas en ambas armas, es decir, el fusil Robert´s y la que
ya hemos mencionado anteriormente, el Bushmaster, son básicamente las mismas,
el asunto trascendental es la pericia del tirador.
Hay cazadores que labran la punta de la bala
para que la fuerza del impacto provoque un daño severo a la presa al tiempo que
el proyectil se fragmenta, aunque diversos expertos advierten en ello una
fragilidad en la orientación del disparo, es decir en la efectividad de lo que
comúnmente se denomina puntería. Todas esas pericias son dominadas por aquellas
personas que practican el deporte de tiro.
Esas armas en poder de un grupo de militares
y civiles que han sido relacionados con la muerte de monseñor Romero tenían un
propósito claro: ser precisos y no dejar evidencias de balística fáciles de
encontrar en el cuerpo de la víctima. No hay pues en ello casualidad, por el
contrario, existe una muy bien estructurada base de datos que nos permiten
advertir que los asesinos, al realizar los actos preparatorios del crimen y
estimar las evidencias a las que se podrían enfrentar en caso de ser
investigado el crimen por expertos, trabajaron técnicamente en ocultar sus
rastros, no solo en la forma encubierta en que se organizaron, sino también en
los procedimientos técnicos de que se valieron para ejecutar el crimen, es
decir, el tipo de arma y munición.
La distancia desde el punto donde se
posicionó el tirador y el altar mayor de la capilla de La Divina Providencia
situada en la colonia Miramonte de San Salvador, donde se perpetró el crimen,
es reveladora. Cincuenta metros es una distancia estándar utilizada en el tiro
al blanco con calibres 22 para carabina, conocido como de fuego central. La
distancia que hay desde el altar mayor, donde estaba monseñor Romero y el lugar
donde se ubicó el tirador no supera los cuarenta metros.
El tipo de arma, calibre y distancia, antes
mencionados son los adecuados para un experto tirador que muy probablemente
estudió el lugar y practicó el tiro de cincuenta metros antes de llegar frente
a la capilla aquel lunes 24 de marzo de 1980. Estas evidencias y los hallazgos
derivados de la agenda del capitán Álvaro Saravia son concordantes.
Ahora observemos la lesión sufrida por
monseñor Romero. Las lesiones producidas por las armas de caza son más graves
que las producidas por otro tipo de armamento de infantería ligera. Este es un
dato interesante para el análisis del caso. La medicina forense, en la
especialidad de heridas por arma de fuego (balística de las heridas) ha podido
demostrar esta tesis.
La balística de las heridas nos permite
apreciar que cuando se implementa munición de caza, sin importar el calibre,
las heridas provocadas generalmente no son diferentes a pesar del calibre que
se utilice, y son severas. Incluso, las heridas en la cabeza provocadas por
proyectiles de caza son más destructivas que las provocadas por munición
militar, salvo sus excepciones cuando se trata de alto poder destructivo o por
esquirlas provenientes de explosivos, pero en nuestro análisis estamos ablando
de fusilería.
Es importante tomar en cuenta el estudio
relacionado a la cantidad de energía que el proyectil deja en el cuerpo
lesionado. Las lesiones tienen la huella producida por el poder de impacto pero
también por la característica del proyectil. Lo decisivo no es la cantidad de
energía cinética que el proyectil acumula en su viaje desde el cañón, sino la
que transfiere al cuerpo lesionado. El principio se explica así: “Si una bala
penetra en el cuerpo pero no sale, toda la energía cinética va a ser empleada
en la formación de la herida”—Vincent J.M. Di Maio/“Heridas por arma de fuego”.
Cuando la bala no sale del cuerpo la lesión
será con bastante probabilidad mayor. Como sabemos, el proyectil que hirió de
muerte a monseñor Romero, no salió de su cuerpo, pero además se fragmentó en
sus entrañas, esto explica la masiva hemorragia sufrida por él.
Hay otro factor que no debemos perder de
vista: el ángulo de desvío del proyectil. Cuanto más grande es el ángulo de
desvío del proyectil al golpear el cuerpo así tenderá a balancearse, la fuerza
de su arrastre aumentará y por consiguiente perderá más energía cinética, lo
cual generará, como hemos explicado, una lesión mayor en el cuerpo impactado,
lugar donde descarga su energía cinética.
La bala que penetró el cuerpo de monseñor
Romero ingresó por la zona conocida como línea clavicular anterior (centímetros
arriba del corazón), a seis centímetros del esternón. El proyectil se desvía a
su derecha y lesiona la aorta ascendente. La bala se fragmenta y la parte más
grande se aloja en el quinto espacio intercostal derecho, en su arrastre
lesiona los vasos del mediastino, provocando una hemorragia interna. Es muy
probable que por eso se diga en diversos escritos que la bala ingresó de arriba
hacia abajo, ello se explica en la curva que describe la autopsia: pega arriba
del corazón y baja en diagonal lesionando gravemente órganos vitales.
Las consecuencias del impacto también tienen
que ver con otras características del proyectil, como el calibre, construcción
y configuración. Si son de punta roma, si se trata de un calibre para cazar, o si
es explosivo o no. Hay una valoración errada cuando se confunde la
fragmentación de un proyectil con el de su estructura explosiva. No todos los
proyectiles que se fragmentan son explosivos, importancia medular en este asunto.
La fragmentación puede deberse a diversas causas. Las balas de .22 o incluso
las de .223 (5,56 x 45) suelen fragmentarse cuando chocan con partes óseas de
un cuerpo no necesariamente por ser explosivas.
Los hallazgos de fragmentos de bala en el
cuerpo de monseñor Romero no indican el carácter explosivo del proyectil sino
la fragmentación suscitada por el impacto, insisto: no debemos confundir lo
explosivo con lo fragmentario, lo primero puede producir lo segundo pero esto
último no necesariamente es el resultado de lo primero.
El informe forense dice que se utilizó una
bala blindada, esto es bastante dudoso pues es sabido que el proyectil blindado
o encamisado tiene una mayor posibilidad de penetración y pocas probabilidades
de deformarse, en otras palabras es más potente en su constitución, por eso hay
quienes deforman la punta de la bala blindada dejando una porción de plomo al
descubierto para que se deformen y provoquen una mayor transferencia de energía
en el cuerpo impactado. Los especialistas admiten que el blindaje de una bala
evita que se fragmente con la misma facilidad que uno que no lo es. Los
proyectiles que suelen fragmentarse con mayor facilidad son los de punta hueca,
es decir los semiblindados que son conocidos como tipo DUM DUM.
Existe pues una enorme gama de balas expansivas,
que son prohibidas por los tratados de Ginebra para conflictos armados, que
pueden ser fabricadas o modificadas por el mismo tirador para que produzca
tales efectos, es decir para lesionar gravemente y especialmente para ocultar
al máximo cualquier dato que a partir de la bala nos lleve al fabricante o a
las huellas dejadas por el arma utilizada al momento que el proyectil pasó
raspando las estrías del cañón.
De acuerdo a lo consignado en el expediente
judicial que llevó el Juzgado Cuarto de lo Penal de San Salvador de aquellos
años (ahora Cuarto de Instrucción), la entrada de la bala dejó un orificio de
cinco milímetros de diámetro. El juez Atilio Ramírez Amaya que conoció de estas
primeras diligencias, concluyó que de este informe y el análisis realizado a
tres esquirlas del proyectil se pudo colegir que su calibre podía ser .22 o una
de sus variables. Quien hizo este trabajo balístico fue la extinta Policía
Nacional cuyo informe no se encuentra en el expediente.
Un proyectil de grueso calibre hubiese
atravesado el cuerpo de monseñor Romero y difícilmente hubiese lesionado el
corazón por el efecto de revote, menos aún por fragmentación. Hipótesis
colegida a partir de la técnica balística de las heridas.
¿Conocían los autores del crimen estos
detalles del armamento y sus consecuencias y otras minucias que conciernen a la
disciplina de tiro? Indudablemente que sí. Por ello mismo se utilizó ese
armamento y no otro. Un tirador adiestrado pudo incluso calcular a cincuenta
metros un disparo en la zona intercostal y presumir el desvío de la bala a
partir de su ángulo de rotación y por consiguiente la fragmentación, de la
manera que un jugador de billar define con suficiente antelación los impactos
en cadena y las troneras donde ha de meter esta o aquella bola. Esa es la
pericia de nuestro asesino.
No debemos olvidar que los francotiradores
estudian no solo el viento, la humedad y otros factores externos que inciden de
forma directa en el desplazamiento de la bala, para calcular su trayectoria y
el efecto de desvío al momento del impacto, incluso fabrican sus propias balas
o modifican las industriales, presuponen la gravedad de la lesión que han de
producir, todo para lograr su objetivo.
Estos detalles nos llevan a suponer con suficientes
razones, que los actos preparatorios en el asesinato de monseñor Romero son
mucho más complejos de lo que solemos suponer, más que una mera reunión de un
puñado de bandidos y mucho menos de psicópatas, es un crimen organizado políticamente
con suficiente antelación.
Las consecuencias de una hemorragia pueden
ser calculadas por un experto tirador, no se debe perder de vista que la
balística de las heridas cierra un ciclo pericial que comienza en el
conocimiento del “oficio”, y es antes de cargar el arma.
La autopsia estableció que la muerte de monseñor
Romero fue causada por una hemorragia interna. Se indica que en el tórax se
encontró un aproximado de tres litros de sangre coagulada. Suficiente para
matar a un hombre en pocos segundos.
La muerte de monseñor Romero es un ataque a una figura extraordinariamente
polémica, su asesinato fue preparado y ejecutado por expertos, en cambio, las
víctimas de las comunidades, o incluso otros sacerdotes, seminaristas,
catequistas, y feligreses de aquella época, que sufrieron el ataque mortal de
la dictadura militar, fueron asesinados con métodos menos refinados, con la
brutalidad de la tortura, el secuestro, el ametrallamiento, el lanzamiento de
cuerpos en precipicios, el desmembramiento; en la muerte de monseñor Romero
encontramos el rastro cuidadoso de un asesino calculador, de un cazador.
Este crimen requirió de una pericia especial,
de una fineza muy calculada y fue concertado
por una élite con abundantes recursos materiales y financieros. El secreto que
ronda este caso solo puede mantenerse con las babas del poder.